Oblomov / Ivan A. Goncharov
13 de enero de 2019, casa de Elena y Julio
13 de enero de 2019, casa de Elena y Julio
Reunidas: Carmen, Marta, Julio, Elena, Fernandinho, Lis, Nuria, Eugenio, Soledad, Francisco y Mónica.
Carmen abre la sesión afirmando que eligió Oblomov porque es una novela que en su momento había leído y le encantó; confiesa que esta vez le ha gustado menos, pero dice que aún la estima por tratarse de la primera de sus lecturas en que encontró un personaje alejado de idealizaciones, un verdadero antihéroe, un vago redomado como protagonista literario; Mónica comenta que éste es de origen noble, lo que se le antoja acorde con su carácter, y Carmen recuerda entonces que en la época en que se sitúa la novela, la Rusia de mediados del siglo XIX, los nobles aspiraban a lograr puestos de trabajo en la administración de los zares, convirtiéndose en funcionarios o cargos públicos. Lo que más destaca Carmen del personaje es su apatía ante los viajes ―incompatible con la empatía que ella siente hacia el personaje―, además de que la pereza y la abulia que padece no se extinguen siquiera ante el amor, superando su atracción por Olga y destinándole al enamoramiento de Agafia, su casera, que cumplirá sus prioridades de sofá y mesa. En este punto recuerda Julio que Oblomov comienza a sentir deseo por Agafia a partir de la contemplación de sus codos, y a continuación Carmen resalta que, en efecto, la sexualidad no despierta en el protagonista gracias a la juventud, la belleza o la inteligencia de Olga, a quien cree amar por representar esos ideales, sino por Agafia, su patrona y al tiempo criada; y a añade que en realidad ésta le cuida pero Olga sólo pretende salvarle de la molicie, a lo que Mónica señala que Olga es realmente una pelma. Carmen subraya entonces que el narrador en sí llega a resultar cargante, pero que es el narrador típico del siglo XIX, y Mónica insiste en que hay capítulos muy largos y repetitivos, sobre todo en la parte de los encuentros entre Oblomov y Olga, y también cuando ésta y Shtolz se encuentran en París, a lo que Soledad indica que el estilo de la literatura rusa es así y Francisco evoca los inmensos campos de trigo de La última noche de Boris Grushenko, de Woody Allen.
Carmen hace mención al personaje de Zajar, criado de Oblomov desde el nacimiento de éste, y señala que aquél es un fanfarrón y también bastante vago, a lo que añade Soledad que es un reflejo de su amo. A continuación comenta Carmen que el papel destinado a las mujeres en esta novela mantiene la tónica habitual de situarlas en una posición de inferioridad respecto a los personajes masculinos, pero que, no obstante, el autor introduce en las parejas protagonistas unas relaciones equilibradas, incluso orientadas a manifestar la mayor dependencia de ellos; para ilustrarlo, menciona tres ejemplos: Oblomov y Agafia, Zajar y Anisia, y Olga y Shtolz. Al respecto replica Soledad que, en estos tres emparejamientos, las mujeres son el motor de la relación porque ellos son unos zoquetes; entonces Carmen regresa al protagonista e insiste en que no recuerda una novela anterior a Oblomov en que el personaje principal sea un vago redomado, aunque entiende que en este caso no se entrega a la pereza sin sufrir la inquietud de los asuntos que tiene pendientes de resolver, a lo que Lis comenta que su amigo el alemán Shtolz le soluciona gran parte de ellos, al margen de otros que se ofrecen a ayudarle pero en realidad sólo pretenden aprovecharse de él; al hilo Julio sentencia que de no haber sido por el alemán, Oblomov habría muerto en la miseria más absoluta, y Carmen indica que a su juicio Oblomov no quería complicarse la vida, y por eso acepta que le estafen y roben en sus propias narices, a lo que Lis añade que Oblomov sentía la necesidad y la urgencia de salir de la situación en que se encontraba, pero que en el fondo le falta motivación para hacerlo, y lo intenta con Olga pero termina cediendo a su propia naturaleza, en lo Carmen ve que la relación con Olga es concebida por él como una verdadera complicación, y no quiere que se haga pública porque eso le haría inevitable afrontar el entramado de relaciones sociales y trámites que conllevaría formalizarla y después mantenerla, muy a pesar de que haya tratado de convencerse de que esa y no otra cosa es la auténtica felicidad, la razón de ser de su existencia. Mónica dice entonces que para Oblomov parece una cuestión de honor seguir los pasos convencionales de una relación amorosa, y por eso termina renunciando a ella, y Elena añade que en la época y posición en que se encuentra, no habría podido eludir la ideología moral establecida.
Respecto a la forma literaria, Carmen critica que el narrador explique constantemente los estados de ánimo de los protagonistas, incluidos algunos momentos en que son evidentes, a lo que Mónica subraya que el narrador es aburridísimo. Carmen considera que su entusiasmo por esta novela, desde que la leyó en sus años de estudiante, se debió en parte a su propia inmadurez lectora, aunque alaba que los diálogos son creíbles, pero Mónica no ofrece tregua a su rechazo estilístico y señala que la manera en que está escrita evita la reflexión de quien lee, incluso cuando son ágiles como en la parte en que Shtolz le obliga a reanudar la vida social y Oblomov termina exasperado, pasaje que a juicio de Elena sirve para consolidar la sinceridad de su rechazo de lo superfluo. Por último, Carmen menciona el problema de la insatisfacción humana como uno de los ejes simbólicos de la novela, y menciona la melancolía como eterno padecimiento, que según Eugenio queda muy bien trazada en el diálogo entre Olga y Shtolz cuando, una vez casados y con niños, ella se encuentra deprimida. Carmen concluye observando que Oblomov denuncia la sobrevaloración de la actividad que se sufre en los tiempos modernos.
Marta dice que a ella le ha gustado mucho, y que está de acuerdo con Carmen en los puntos tratados; señala que la novela es muy del siglo XIX y que ésta es una literatura que a ella le agrada especialmente, sobre todo por su empeño en ahondar en las descripciones. Destaca un fragmento del narrador al final del libro, cuando expresa que Oblomov definitivamente se encuentra en estado de dicha, una vez fallecido, en “sosegada calma” pues ya “no tenía que ir a buscar nada”: Marta considera que ese ideal viene reflejado en la paz del mundo campesino de su infancia, a lo que Eugenio cree que debe considerarse un ideal muy extendido entre los seres humanos, el de volver a la niñez en general, y Elena evoca entonces que esa época para Shtolz parece marcada por aquella fuga del hogar que se narra en la novela, cuando al regreso su madre le colma de atenciones pero el padre exige para aceptarle de nuevo que traiga terminada la traducción que tenía pendiente, de manera que Shtolz es expulsado de su casa y sólo readmitido cuando vuelve con los deberes escolares hechos; indica Carmen que en estas anécdotas de las respectivas infancias se dibuja claramente el carácter de ambos amigos, y Mónica acepta que cambiar la personalidad que van modelando los primeros años de vida es prácticamente imposible. Marta retoma la palabra para destacar que en Oblomov vemos la manifestación simbólica de lo que hoy conocemos como «presencia», estado de equilibrio entre cuerpo y mente mediatizado por el lenguaje; así, Oblomov lucha por existir sin más, ajeno a las turbulencias del mundo y a las inquietudes de lo porvenir, y en ello radica su naturaleza, observación que Nuria corrobora, pues considera, a raíz de lo que se ha dicho y desde su perspectiva profesional como logopeda, que la actitud de Oblomov podría servir de ejemplo para una somera descripción conceptual de la «atención plena». Marta finaliza su intervención recordando que la novela se publicó originariamente por entregas, y que a su juicio este hecho pudo ser causa de lo que considera en la misma un “final precipitado”, donde a su parecer los últimos acontecimientos se narran de forma un tanto brusca.
Julio considera que, a juzgar por lo que se nos cuenta de su pasado, el personaje de Oblomov no podría ser de otra manera; por ejemplo, en el caso de su relación con Olga, él se muestra consciente de que no puede funcionar, aunque no tanto por su vaguería como porque no se considera digno de ella; aun así, Oblomov se encariña de Olga, lo que a juicio de Elena es producto de la bondad connatural de él. Julio también destaca escenas en el barrio de Viborg, en una casa sencilla y confortable donde el protagonista dispone de todo lo que necesita, incluida una patrona cuyos codos despiertan su sensualidad; a esta imagen de lugar idílico opone Soledad que le cobran hasta por el mantenimiento del huerto, a lo que Julio replica que eso es producto del contrato que el hermano de Agafia le hace firmar, lo queda al margen de la realidad del espacio donde Oblomov recupera el paraíso. También hace mención Julio al episodio de las visitas a la ópera, y recuerda la comicidad del comentario en que se nos anuncia que ya ha asistido por sexta vez a la misma obra; entonces evoca Eugenio los inicios de su relación con Olga, cuando le habla de libros que no ha leído obligándose, ante el interés despertado en ella, a ir de inmediato a comprarlos para empollarlos en una noche; esta anécdota recuerda a Mónica que Olga se siente atraída por hombres que la culturizan y le explican cosas. Por último, Julio saca a colación lo que considera el otro extremo contrario a Oblomov, el representado por el alemán, quien debe intervenir para sacar las castañas del fuego a su amigo, lo que desenmascara la ineficacia de la sociedad rusa de la época, en contraposición a la europea representada por Shtolz; Soledad comenta entonces que también es un contrapunto a la inoperatividad de Zajar el papel de Anisia, y Lis señala que Zajar reúne sin embargo un lado positivo del sistema, pues aunque insulte y desprecie a su amo, lo defiende y adora; sobre este punto recuerda Mónica que, cuando Shtolz le ofrece su casa al descubrir que está viviendo en la indigencia, se niega a abandonar la ciudad porque allí está enterrado su amo y no puede separarse de él.
Elena comenta que Zajar es uno de los personajes más destacables, por el grado irónico que hay en su propia naturaleza de siervo y en sus acciones, sisando la calderilla a su amo cuando sinceramente considera que si éste no hubiera nacido él no merecía existir: señala que la servidumbre, sin embargo, supone una atadura de sangre para ambos miembros, totalmente dependientes el uno del otro, como Goncharov demuestra en su obra, con humor y buen criterio, y añadiendo la perspectiva del sentido común y la sensatez cuando incorpora a Anisia, quien desde una posición femenina de completa eficacia complace a ambos y mantiene el estatus. Mónica señala entonces que ella ha visto muy clasista a Shtolz, a pesar de representar el lado liberal de la balanza, pues desde su posición burguesa no concibe que Oblomov se considere rodeado de todos los lujos posibles en la casa de Vyborg. Finalmente, Elena indica que las estafas que se perpetran contra el protagonista cumplen la función de producir indignación contra la avaricia de los corruptos, a lo que Mónica añade que Oblomov se sabe engañado y no se atreve a rebelarse por desidia, pero aún más evita confesárselo a Shtolz, quizás porque se avergüenza de ello; Carmen recuerda que Oblomov sólo se enfrenta a sus agresores cuando se trata de defender a Shtolz.
Fernandinho interroga sobre cuál es el significado de «indolente», adjetivo que reiteradamente encuentra definiendo el carácter de Oblomov, y si ello tiene que ver con la tendencia a la inactividad que padece el personaje; pero Julio lee una definición del término ―“que no se afecta o conmueve, que no sufre” ― que no convence sobre la pertinencia del mismo para describir al protagonista, a lo que Elena añade que Oblomov padece la inquietud de estar haciendo mal en su relación con Olga, y Eugenio comenta que no deja de sufrir al adivinar las consecuencias derivadas de su falta de resolución.
Lis ha leído la mitad, le está gustando y espera terminarlo; destaca el desfile de amigos y conocidos de Oblomov al comienzo de la novela, que le ha resultado muy ilustrativo, a lo que comenta Eugenio que en su época recibió críticas porque este arranque resultaba aburrido para el gusto imperante. Lis reconoce sentirse identificada con Shtolz, tratando por todos los medios de animar a Oblomov a salir del pozo en que se encuentra a causa de su inactividad y falta de resolución, y califica a éste de buena persona “que necesita un hervor”; asimismo llama la atención sobre el único capítulo que tiene título ―El sueño de Oblomov―: dice que es muy revelador y que gracias a él se hace posible una mayor empatía con el protagonista, ya que se logra explicar y entender su carácter, aunque a una le sea imposible compartirlo; a ello añade Soledad que es el capítulo IX de la primera parte, y Eugenio señala que fue editado con antelación al resto de la novela. Por otro lado, Lis opina que Shtolz se deja enamorar por Olga, pues no tiene ninguna intención de hacerlo pero le seduce el encanto de cierta melancolía en que ella se ha hundido tras el fracaso de su relación como Oblomov; así, Shtolz habría descubierto que su amigo es digno de ser admirado más allá de la amistad juvenil que les une o de la compasión que le despierta, mostrándose sorprendido al revelarle Olga que ha sido con Oblomov con quien ha mantenido la relación frustrada y, como indica Elena, de quien ha aprendido a conocerse mejor a sí misma y, como sugiere Lis, porque la filosofía del libro es que los viajes permiten el desarrollo personal y la madurez, así lo cree Shtolz, pero ahora se le revelan otros valores que el alemán ignoraba, como la bondad y la ternura de su amigo, que cambian al prójimo, como acaba de mostrársele en la Olga de quien se enamora.
Nuria no leyó el libro, pero en base a lo escuchado considera, respeto a lo que acaba de mostrar Lis, que ese Shtolz de la fase final de la novela, enamorado de Olga, es un hombre que ha conocido la vida en muchas de sus facetas pero finalmente ha elegido la sencillez, y que la nobleza representada en la figura de Oblomov está enfocada en ese sentido, a lo que Eugenio comenta que la función de la aristocracia debería ser la formación de una alta cultura abierta y cosmopolita. Por otro lado, Elena recuerda que Oblomov había trabajado como funcionario pero sólo unos años, ya que le reportaba poca satisfacción y finalmente lo abandona por no enfrentar un error; entonces Soledad cuenta la anécdota de un conocido que, tras cometer un error en el trabajo, se excusó inventando la muerte de su padre para no acudir al día siguiente.
Eugenio señala que Oblomov representa una visión crítica de la sociedad en que vive, y que por eso sus objeciones contra los argumentos de Shtolz a su desidia, en la primera parte de la novela, son incontestables, y lee un fragmento en que uno de sus visitantes comunica al protagonista que está a punto de aparecer una esperadísima novela de éxito anunciado que no puede dejar de leer, a lo que Oblomov replica no piensa leerla y da razones sobradas para ello; al hilo opina Eugenio que la novela es una alegoría de la naturaleza humana en cuanto al binomio de respuesta posible al eterno qué hacer ante los asuntos sociales, entre la contemplación y la acción, lo que Elena identifica con el yin y el yang, y Eugenio sitúa en la controversia artística de la época entre romanticismo y realismo. En este sentido, considera que Goncharov es mucho más Oblomov que Shtolz, pero sin embargo hace que Shtolz termine salvando a su álter ego, al permitir que sus últimos años de vida sean plenos de comodidad, ausencia de preocupaciones y comilonas, habiendo realizado las gestiones necesarias para que le llegue su renta. No obstante, indica Eugenio, lo que verdaderamente salva a Oblomov es su propia bondad, que tanto Olga como Shtolz, y otros personajes como Agafia, reconocen en él y por ello compensan otorgándole de buena gana sus cuidados; para Eugenio, esto tiene cierto componente místico que está anunciando las futuras creaciones de Tolstoi, así como cree también ver adelantos de Dostoievski en su descripción, todavía demasiado simplona, de los personajes que pertenecen a la canalla.
Soledad nos exhorta a vivir la literatura con pasión, para lo cual cree necesario identificarse con los personajes de las novelas y así sentir con mayor intensidad cada escena; con ello confiesa no sentirse identificada con Oblomov, subraya que no le gusta nada su forma de ser y que esto le ha producido un rechazo constante. Indica que Oblomov es la pereza personificada, aunque reconoce los esfuerzos que hace para evitar dejarse llevar por la molicie; respecto al acto más heroico de aquél, la carta que escribe y envía a Olga exponiendo los motivos por los cuales considera que su amor es imposible, señala que es “muy rebuscada”, aunque Mónica replica que para ella la carta es lo menos rebuscado de la novela. Elena dice entonces que Olga se siente llamada a sacrificarse para hacerle cambiar, tal como se lo promete a Shtolz, y Carmen señala que Olga quiere cambiar a Oblomov como dicta el tópico de muchas mujeres que, diciendo amar a un hombre, su deseo es convertirlo en otra persona.
Mónica destaca el mencionado capítulo donde el narrador nos cuenta la niñez del protagonista, y de nuevo denuncia el clasismo de Shtolz cuando se entera de que Oblomov se ha casado con la criada; indica que entonces Shtolz decide abandonarlo a su suerte, aunque sabe que su forma de vida terminará con su salud, pero adquiere el compromiso de hacerse cargo de su hijo cuando él ya no esté. Acerca de la salud de Oblomov, Lis opina que Shtolz no puede hacer más por su amigo, y su acción benéfica llega al límite cuando soluciona los fraudes de que ha sido víctima, empezando por el contrato de alquiler y acabando con el doble pagaré, aunque considera que, como argumento en la novela, este suceso está mal llevado; Soledad, al hilo, señala que las posibilidades de este tipo de fraude está en consonancia con la época. Mónica termina su intervención indicando que también a ella le ha parecido un tanto precipitado el final del libro, a lo que Elena recuerda que la novela fue publicada por entregas y que éste es un factor determinante en el ritmo de la trama.
Francisco no ha leído el libro y simplemente desea formular una pregunta: ¿quién quisiera por amigo a un Oblomov? Se abre un debate a modo de conclusión donde Soledad dice reprochar al protagonista su incapacidad para tomar decisiones y Lis ve en él un único deseo vital, que es regresar a Oblomolandia; por su parte, Fernandinho evoca a los japoneses de nuestra era que viven metidos en una habitación en casa de sus padres, que les pasan la comida por debajo de la puerta, y Mónica recuerda que en la actualidad tenemos la figura social de los «ninis», aunque considera que a este colectivo no le une la ausencia de iniciativa o motivación, sino que en su gestación subyace un grave problema de falta de expectativas profesionales, provocado y retroalimentado por la explotación laboral.
Para la próxima sesión, Elena elige Pecados gloriosos, de Lisa McInerney; la cita queda emplazada para el 24 de marzo.
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