9 de abril de 2017: Trópico de Cáncer / Henry Miller
Reunidxs: Marta, Jorge, Ruth, Francisco, Mónica, Eugenio y
Carmen.
Comenzamos haciendo homenaje al hambre sufrida por el
protagonista del libro, y evocamos para ello un menú cuyos componentes no
aparecen en la mesa que hoy hemos preparado: pollo con pimientos, churros con
chistorra (a propuesta de Carmen,
que asegura haber presenciado su existencia) y sandwich mixto con café, éste
según testimonio de Mónica y Marta, que aseguran haber tenido
constancia de su existencia: la primera como espectadora y la segunda de modo
activo; al menú añade Francisco un
bol colmado de grasas, que recomienda idóneo para las resacas. Tras este
tributo, Carmen comenta que el
protagonista del libro le ha parecido un gorrón, Mónica lo califica de vividor y Francisco puntualiza que no lo ve en el sentido truhán clásico de
nuestra cultura, inmortalizado en un estribillo que cantara Julio Iglesias.
Eugenio abre la
sesión lanzando varios conceptos sugeridos por la lectura de Trópico de Cáncer: el primero de ellos
es “literatura consolatoria”, ante el cual Carmen
acuña un término derivado, “romanticismo de la penuria”, que define como una
justificación del hambre y la miseria en aras de un grandioso objetivo: ser
escritor. A ello indica Francisco
que estas penurias de corte bohemio no siempre reciben la recompensa del
reconocimiento, y Carmen señala que
a Miller se le nota mucho la presunción de ser un elegido, ante lo que Francisco disiente considerando que tal
es una naturaleza acorde con la personalidad del autor y no con su deseo de ser
famoso o tener éxito como escritor. Mónica
añade que el protagonista podría haber ido a Londres a trabajar, tal como ella
vivió que hizo gente de su generación, que marchaban a la capital inglesa con
intención de aprender el idioma y pasar diversas penalidades, y luego Eugenio expone un segundo concepto extraído
de su lectura (“misticismo pulsional”); para explicarlo, menciona la
concentración de energía vital en los sentidos y en el instante, lo que Jorge interpreta como una fe en lo
divino cuando interesa a quien la posee (“Creo en Dios cuando me sale de los
cojones”); Eugenio señala que el
hambre sería la mejor manera de mostrar la inmediatez de las necesidades del
protagonista, y evoca la relación inicial con Sylvestre, quien sale todas las
mañanas a desayunar fuera para no tener que invitarle; al hilo, Mónica evoca que durante su estancia
como profesor de inglés en el Liceo, el narrador lamentaba que el desayuno se
sirviera a la hora en que la cama empieza a estar caliente, y Marta recuerda que la historia se sitúa
en el periodo de entreguerras, que fue una época de juerga loca al tiempo que
de terrible penuria, ante lo cual nos preguntamos el momento exacto en que Miller
escribió este libro, situándolo en los primeros años de la década de los
treinta (dice Mónica que la fecha de
publicación es 1934), advirtiendo que el autor pudo haber llegado a París
huyendo de la Gran Depresión, ante lo que Carmen
insiste en que el objeto de Miller de hacerse un escritor de éxito y
para ello no duda en polemizar y escandalizar a la sociedad del momento.
Eugenio apunta
que le ha parecido magistral el texto de varias páginas donde el narrador habla
de las sensaciones que le provoca la obra de Matisse, y a continuación
lee un fragmento extraído del Diario
de Anäis Nin donde la autora describe a Miller en aquellos
tiempos en que estaba redactando esta novela; lo que más destaca de esta
descripción, es la profunda curiosidad que sentía Miller hacia el más
mínimo detalle, ya fuera en la forma de un objeto o por los deseos íntimos de cada
persona. Mónica señala que el
protagonista de la novela busca la sordidez, tal como se ve cuando está en
Dijon, el pueblecito donde trabaja como profesor, y se interesa por encontrar un
rincón en el barrio más marginal donde sentirse a gusto. A propósito de Anäis
Nin, Ruth se pregunta cuánto de
cierto habrá en aquel famoso triángulo amoroso de ellos dos con la mujer de Miller,
que en la novela se llama Mona y en vida real fue June; Ruth comenta que el dinero empleado por el autor para desplazarse a
París desde Estados Unidos, lo consiguió gracias a un amante de June, lo que
matiza Eugenio señalando que en el Diario habla Nin de los celos que
Miller sentía hacia una mujer que vivía con ellos, y que seguiría
viviendo con June una vez que Miller emigró; pero según cuenta Nin,
June aseguraba que no existía relación sexual entre ellas, que todo eran
obsesiones de Miller. Por último, y tras hablar sobre un tercer concepto
al que no da nombre pero define como antecedente lírico del existencialismo, Eugenio señala que se ha divertido mucho
con las anécdotas que narra la novela, sobre todo con la historia final en la
que el protagonista logra hacerse con todo el dinero de Fillmore, uno de los
últimos ociosos que lo mantienen; en torno a ello recuerda Marta que para aliviar a éste de la enfermedad nerviosa que sufre,
le van extrayendo todos los dientes, a lo que Ruth recuerda que ésa era una práctica común en el tratamiento de
la locura, por aquellos años, y Mónica
hace patria mentando el granito como emisor de radiaciones beneficiosas contra
las patologías mentales, lo que ha producido que en ciertos lugares donde este
mineral abunda, haya crecido una población singular; Jorge subraya que lo que emite el granito es radón, y que este gas
afecta de manera distinta en función del sexo del paciente: a los hombres mal y
a las mujeres bien.
A Mónica le ha
gustado la estructura de composición que sigue Miller, alternando la
narración de anécdotas con las reflexiones personales de carácter vitalista,
«aunque no optimista»; le ha llamado especialmente la atención que utilice un
término como “trepar” (aunque pueda ser producto de la traducción de Carlos
Manzano…) para hablar del momento cuando ellos toman contacto físico con
una mujer, ya que parece que están coronando montañas; y aunque en la mayor parte
de estas escenas dominan el componente vulgar, la obscenidad y la grosería, Mónica destaca el momento en que el
protagonista está con Mona, escena a la que encuentra un punto romántico, pese
a suceder que han de abandonar un hotel por una invasión de chinches: pero
expresiones como “temblando de deseo por mí” elevan la categoría del
tratamiento de las relaciones sexuales que se da en el resto de la novela.
También se hace eco Mónica de la
historia del hindú y el bidé, y a continuación lee un fragmento donde Miller
hace apología del éxtasis, símbolo del disfrute de la vida, del vitalismo que Carmen identifica con vivir el presente
y a Mónica hace rememorar la
experiencia de quien viaja hacia la carencia sin necesidad de hacerlo, sólo por
ciertas ganas de malvivir que le impulsan al abandono del confort en que se ha
criado; también menciona el pasaje en que el protagonista narra sus recuerdos
de vida en Estados Unidos, cuando él y un colega acuden a pedir ayuda a una
sinagoga y se la niegan por no ser judíos, a lo que Carmen replica que ellos pretendían sobrevivir sin aceptar los
horarios y responsabilidades de un trabajo, y Jorge evoca a los ninis y lo refuerza con la historia de un colega
suyo que vive a caballo entre Huesca y Alcorcón, y a sus cincuenta años no ha
cotizado nunca. Entonces Ruth cambia
de tema y recupera la figura de Anäis Nin, de quien dice que Miller
la conoció después de escribir esta novela y que ella le prestó su ayuda para
que lograra editarla; también indica que el personaje de Fillmore está basado
en un amigo abogado que posibilitó que ambos escritores se conocieran. Entonces
Carmen aporta la lectura de la
contracubierta de su ejemplar de Cátedra, edición de Bernd Dietz, donde
se señala que el autor no buscaba escandalizar al público tanto como mostrarse
en el choque de corrientes vitalistas del momento, con el nihilismo de fondo,
también en boga, a lo que Eugenio
opina que Miller tuvo contacto con el nihilismo cuando llegó a Europa, y
entonces lee un párrafo del mismo estudio introductorio de Bernd Dietz
donde se menciona la admiración incondicional que sentía Miller hacia Whitman;
Eugenio señala que durante toda la
novela, tal como en el Diario apunta Nin
que sucedía realmente a Miller, éste muestra su entusiasmo por la literatura
de Dostoievski y Proust, pero sin tratar de imitarlas cuando
escribía, y que sólo al final de Trópico
de Cáncer hace un panegírico de Whitman, a quien eleva por encima de
todos los autores que ha ido mencionando; recuerda Mónica que cuando habla de Whitman, Miller lo compara
con Goethe y afirma que el alemán es el escritor cumbre de la cultura
europea, pero que esta cultura ha entrado en decadencia y está siendo
destronada, de la misma manera que Europa ha dejado de representar la
vanguardia social y económica: dice Miller que Goethe es
culminación, pero Whitman es el comienzo.
Marta lanza
entonces una pregunta sobre la vitalidad, cuestionando si ésta puede referirse
a una fuerza deseable, a la confianza en uno mismo que posibilita estar
satisfecho aun cuando se sea mediocre o desconocido, y cita a Bukowski
en aquella expresión que reza “Busca lo que te gusta y deja que te destruya”,
que Francisco corrobora. Al hilo, Jorge señala que el hedonista colega
suyo de quien acaba de hablarnos, tiene un discurso coherente y son coherentes
sus actos con ese discurso, y Mónica
insiste en recordar los viajes que se realizan sin intención turística o de
ocio, sino que forman parte del desarrollo existencial de quien los lleva a
cabo, a lo que Eugenio añade la
feliz imagen de la pionera serie de televisión Vacaciones en el mar como publicidad de los cruceros, y Carmen invoca las imágenes convertidas
en tópico, como el caso de las pautas para una vida bohemia que a su juicio
sigue el libro: en este sentido, a ella no le parece nada original la obra de Miller,
y pone a Kafka como ejemplo de una literatura que sin necesidad de usar
tropos ni convenciones, resulta atractiva y sorprendente; por último, Francisco menciona a Pessoa,
como creador de un universo personal por encima de cualquier lugar común.
Ruth señala
que el libro no le ha gustado, principalmente por el trato que se da en él a
las mujeres, y como ejemplo recuerda que a la vuelta de su frustrante
experiencia docente en Dijon, al protagonista le ofrece su amigo una chica que
tiene en esos momentos en la cama, por si le apetece treparla; Carmen apunta que los personajes
masculinos siempre están faltos de dinero y probablemente son todos muy feos,
de manera que no les quedan otras opciones de relacionarse con mujeres, y Eugenio contempla que esa relación
exclusiva con prostitutas como única posibilidad de la novela, ya es advertida
al lector por el narrador, cuando éste se encuentra con la chica polaca de
origen irlandés que le pide ayuda y se le arrima, y de la que huye despavorido
al comprender que no pertenece a su mundo. Con ello, Carmen insiste en que el protagonista ya podía haber escrito el Quijote, que en ningún momento se
comporta como un hombre interesante, y Ruth
a continuación recuerda la constante presencia de las purgaciones, frente a las
que no parece haber defensa posible salvo ―como señala Mónica― la higiene, de la que el bidé es todo un símbolo en estas
páginas; lee entonces Eugenio una
frase del Diario de Anäis Nin
donde cita textualmente a Miller, quien al parecer afirmaba que le
gustaban las prostitutas porque “se lavan delante de uno”. Por último, Ruth se interroga sobre la noción de
vitalismo, y Francisco insiste en
que éste no consiste desde luego en hacer deporte ni llevar una vida sana para
vivir cien años, pero Ruth advierte
que el protagonista desdeña la vida en común, quizás por creerse demasiado
especial para igualarse a los demás en el trato; Carmen dice entonces que él tiene la creencia de que llevar una
vida normal lo castraría para el arte, tal como sucede con quienes sólo se
relacionar socialmente en entornos literarios; ante esto comenta Eugenio que es muy significativa la
mentalidad de acomodo que muestra el narrador cuando está trabajando de
corrector, aunque Carmen recuerda
que está deseando abandonar el trabajo y Mónica
señala que la gran mayoría nos integramos en la sociedad obligados por el
cumplimiento de compromisos laborales o comerciales; recupera entonces Francisco el debate sobre el precio de
la cultura y Eugenio establece
diferencias entre una cultura que se oferta y otra que es ofrecida por
aficionados, a lo que Carmen
recuerda que el protagonista se sale del sistema pero sólo para lo que le
interesa y está obsesionado por ser célebre, y Marta replica que siempre debemos buscar una finalidad trascendente
en lo que hacemos.
Jorge, tras
demostrar su vocabulario en materia de sostenes, comenta que ya había leído Trópico de Cáncer hace muchos años, y
que le gustó; pero en esta nueva singladura emprendida ahora se ha quedado a
medias, pues no conseguía conectar con el tono. Al hilo comenta Carmen que quizás si hubiera tenido
paciencia y hubiera llegado a la segunda parte, que es menos dispersa, le
habría enganchado, y Mónica señala
que una anécdota muy curiosa es cuando el narrador se hace un planin de
amistades que le dan de comer para quedar con ellas en distintos días de la
semana, de manera que pudiera comer todos los días sin importunar a nadie más
de una vez por semana. A Marta
también le ha parecido que el libro tiene dos partes, y la segunda es más
interesante por las reflexiones que tiene, en torno al trabajo o a los asuntos
cotidianos, siendo la primera parte una amalgama de impresiones sueltas, a lo
que Carmen añade que la primera
parte no está bien escrita y las historias son más sórdidas, señalando que eso
le recuerda lo que decía Julián Marías respecto a la dificultad de
escribir sin narrar historias concretas. Eugenio
comenta que al parecer Miller ya trataba con Nin cuando estaba
escribiendo Trópico de Cáncer, y que
a juzgar por lo que ella escribió en su Diario,
quizás su influencia fuera determinante para que Miller terminara
enfocando con más precisión lo que escribía. También lamenta Marta el trato que el narrador da a las
mujeres que aparecen en la novela, lo que a Francisco sugiere un imperativo ladino que dicta: “Emborráchala y
compórtate como un hombre”.
Carmen insiste
en que el vitalismo es vivir el presente, que es lo que hace el narrador
perdiéndose por las calles de un París que, a su juicio, es el protagonista de
la novela, a lo que Eugenio comenta
que el espacio siempre es el inspirador de la literatura y Ruth recuerda a la princesa rusa que cuenta sin descanso cómo se
suicidó arrojándose al Sena. Acerca del protagonismo de París, Carmen señala que el autor proviene de
Nueva York, pero la capital estadounidense no es una urbe tan bohemia como la
francesa, y esto es lo que a él le interesa; Eugenio comenta que quizás Nueva York sea una ciudad demasiado
mecánica para el vitalismo de Miller y Francisco señala que hasta después de la Segunda Guerra Mundial no
puede hablarse de que Nueva York sea la capital cultura de nada, porque su
conversión fue posible gracias a los europeos emigrados y refugiados que
huyeron del viejo continente. A continuación hacemos un acopio de calificativos
en torno a la ciudad de los rascacielos, y con estos altos vuelos damos por
concluida la sesión.
Para la próxima, elegimos Insolación
de Emilia Pardo Bazán, tras intensa pugna en la que se impone a El paseo de Walser y Oblomov de Goncharov, por amplio
margen pero en segunda vuelta. En la primera quedaron a las puertas: Justine de Lawrence Durrell, Hamlet de Shakespeare, La hora violeta de Montserrat Roig,
Demian de Hesse y Brillan monedas oxidadas de Juan
Eduardo Zúñiga. Hablamos de volver a cambiar el sistema de votación, para
que al menos una vez cada dos años cada unx pueda elegir lo que vamos a leer...