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jueves, 2 de abril de 2020

"NOCHES DE COCAÍNA" DE J. G. BALLARD










































29 de febrero de 2020: Noches de cocaína / J. G. Ballard


Reunidas Araceli, Laura, Jorge, Marta, Ruth, Julio, Elena, Mónica y Eugenio.


Abre la sesión Eugenio repartiendo un regalo de Francisco para las chicas: unas ecobolsas de múltiples usos: llevar el pan, la fruta, las legumbres... Se plantea si también servirán para meter las bragas delicadas en la lavadora, aunque Elena desea creer que son elegantes tocados para bodas griegas y Jorge nos demuestra de facto que son ideales medias para un buen atraco.

A continuación, Julio comienza a hablar del libro por él elegido y dice que ha sido un «fiasco total»; no le ha gustado, aunque sea de lectura llevadera, porque no dice nada interesante ni es creíble. Recuerda que la trama está situada en un complejo turístico de la costa sur española, y que una de las formas de animar a los clientes es el uso de la violencia, a lo que Elena comenta que mucho más civilizadas son las pastillas y la televisión; concluye Julio su repaso del argumento mencionando que el protagonista ha acudido al lugar para ayudar a su hermano, que se ha auto-inculpado de un incendio donde han muerto varias personas, pero al final pasa del hermano y se propone liarse con una médica. Señala al punto Jorge que el autor de esta novela, Ballard, es un guionista afamado, pero esta obra contradice esa fama, aunque Elena considera que el libro ha sido escrito por un «negro barato».

Elena llama la atención sobre el concepto de la felicidad que maneja la novela, y critica sobre todo ese revulsivo contra el aburrimiento que expone, basado en una combinación de drogas y violencia, una estructura delictiva escondida tras el atractivo de una parafernalia cultural; en general no le parece nada creíble la trama, a la que Jorge califica de inconexa. Elena recuerda a grandes rasgos el argumento que sitúa la acción en una urbanización playera, Estrella de Mar, que al parecer existe realmente; Julio menciona Costasol, que también existe, y Araceli señala que estos lugares están destinados a jubilados aburridos que esperan que llegue el animador para distraerse. Al hilo Elena se pregunta por qué matan al animador del centro, y Ruth indica que pudo ser la médica o el psiquiatra; Elena concluye subrayando que la novela ni siquiera resuelve su propia trama.

Mónica considera que la trama está fundada sobre el ejemplo de la literatura de Agatha Christie, pero sin lograr ni por asomo un producto de calidad. Califica el enfoque de machista y para apoyar su tesis lee un párrafo, al que tacha de «ridículo»; entonces Jorge le advierte que si ve así ese párrafo, no tendrá palabras para el pasaje de la violación en el porsche, que Mónica afirma no haber leído. Insiste en que el protagonista es un personaje insustancial, que va de salvador de su hermano, misión que recuerda Elena que no cumple, pues termina pasando de él. Araceli destaca entonces la noción de una policía española tercermundista que desvela el texto.

Eugenio dice tener la impresión de que se trata de una novela de ciencia ficción cutre, un libro de librería de aeropuerto, sensacionalista; señala que en un principio consideró la posibilidad de que haya en sus páginas una crítica a las consecuencias que la insatisfacción provocada por una mala gestión del ocio crea sobre las personas, pero considera que en este caso la obra estaría muy mal enfocada. Sobre lo que se ha dicho del autor como responsable de guiones y novelas llevadas al cine con éxito, recuerda que hay grandes películas basadas en pésimas novelas. Finalmente ironiza suponiendo que quizás esta novela no se haya entendido bien en nuestro club de lectura porque se trata deliteratura para hombres”.

Araceli manifiesta que se ha leído el libro entero y que ha indagado acerca del autor, hacia el cual ha descubierto cierta devoción entre círculos de revistas de informática, que lo considerarían un autor de culto. Dice que le ha gustado la descripción de la casa incendiada, y poco más; Mónica también declara que esta descripción fue un atisbo de esperanza, frustrado, y Jorge indica que en ese momento es donde Ballard introduce el feeling policíaco, y en el intento se queda. Araceli señala que la novela debe de haber sido compuesta por encargo, y sin duda el resultado es malo, para lo que se remite por último a la poco creíble transformación que el protagonista sufriría al contacto con el viciado mundo del complejo turístico, al que califica de inverosímil.

Laura comunica que tenía intención de leerse el libro, pero que un fallo tecnológico no lo hizo posible, por lo que tuvo que cambiar de lectura; al hilo de las opiniones expresadas hasta ahora, considera que ha tenido mucha suerte.

Jorge comenta que el libro es inconexo, un barullo que excusa distintas escenas de violencia, como la violación, el incendio o la muerte del animador; dice que se lo ha terminado de leer con la esperanza de llegar a entenderlo, pero completar la lectura le ha creado mayor confusión. Respecto al modo de elección del libro a través de la recomendación de terceros, señala que va a presentar una moción para cambiar los estatutos del grupo y evitar que esto vuelva a suceder. Y volviendo a este caso concreto, trata de encontrar algo positivo y señala que quizás se le podría extraer una moraleja: «tened cuidado con la desidia, que os la lía». Al hilo, Elena insiste en que el criterio para crear alicientes que saquen a los clientes del aburrimiento es a todas luces desmesurado, aunque Julio considera posible que jubilados extranjeros con poder adquisitivo necesiten de emociones fuertes, pues no le cabe duda de que en altas esferas de nuestra sociedad se cuecen extrañas aficiones.

Marta confiesa que ha sido el peor libro que se ha leído en su vida, pero tras varios intentos lo ha terminado; dice que no comprende cómo es posible que algo así sea editado.

Ruth señala que ha leído la novela en su totalidad, aunque no le encontraba ni pies ni cabeza, y además el pdf que estaba usando se terminó de improviso: pero logró acceder a otro documento, para descubrir con sorpresa que apenas quedaba libro que leer. Destaca entre las escenas la persecución por Marbella, que surge sin que se llegue a saber el motivo, y cuando al protagonista le ataca un ala delta, más de lo mismo. Señala que no se salva ningún personaje, a lo que Elena recuerda a las esposas aburridas en el cinefórum porno. Por último, Ruth cuenta que entre los implicados hay dos arrepentidos que confiesan y anuncian el incendio de la casa del psiquiatra, logrando evitar más desgracias.

Para la próxima Tragulia, Laura nos propone un libro que ha leído: La dependienta, de la escritora japonesa Sayaka Murata. Será el próximo 29 de abril, de nuevo domingo.

lunes, 9 de marzo de 2020

"SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR" DE MIGUEL DE UNAMUNO


























15 de diciembre de 2019: San Manuel Bueno, mártir / Miguel de Unamuno


Reunidas Fernandinho, Eugenio, Carmen, Laura, Elena, Jorge, Marta, Araceli, Ruth, Mónica, Lis y Julio.

Fernandinho solicita abrir la sesión para comentarnos que le gustó mucho la introducción de la edición que ha leído (la de Biblioteca Básica de Anaya), ya que le ha situado en el contexto histórico de la España previa a la Guerra Civil, pero que cuando empezó a leer la obra no fue capaz de continuar, pues el autor hace tal uso del idioma que se escapa a su comprensión lectora del español; al respecto, lo compara con hablar inglés coloquial y leer a Shakespeare.

Jorge afirma que esta novela es su libro de cabecera, junto a El amante lesbiano, y que le tiene mucha estima por tratarse de una elevada expresión del budismo y del minimalismo, y tratar un tema extemporal. Lee el escrito de un amigo catedrático de Química en la Universidad de Castilla-La Mancha, a quien conoció en un viaje a Marruecos y describe como «un curilla» profesor de Química y empresario de industria investigadora de las propiedades del ajo, condimento alimenticio del que afirma Lis que tiene un célebre efecto antibiótico; el escrito está firmado bajo el seudónimo de «El Inicuo», y habla de una experiencia propia en torno a una discusión que tuvo el autor con un evangelista que pretendía convencerle de la verdad de sus creencias. Jorge señala que todo debate religioso está fundado sobre la dicotomía entre fe y razón, y que normalmente se debilitan las creencias a medida que aumenta el conocimiento, a lo que añade que el protagonista del libro de Unamuno sólo deseaba creer; Elena replica que en el cura de Valverde de Lucerna hay una cierta seguridad, que es la pérdida de su fe, y que lucha para que el pueblo no le imite, a lo que Julio considera que en lo que no cree Manuel Bueno es en la resurrección, tal como se muestra durante la narración cuando en misa, llegando al final del recitado del Credo, calla. Jorge cita la afirmación que hace el narrador sobre la «religión verdadera» ―que lee Julio― y recuerda la escena en que juez pide al protagonista que haga confesar a un reo, apoyándose en el respeto que le tiene todo el mundo; entonces Mónica habla del paternalismo que vislumbra en el trato que se establece entre el cura y sus feligreses, Eugenio comenta que esta relación se ve bajo el prisma elitista que considera que el pueblo no tiene capacidad para asimilar las verdades y Elena evoca la teología de la liberación a propósito de una mención a los curas obreros del Madrid de la última época del franquismo que hace Mónica, quien también saca a colación la perentoria amistad que unió a García Lorca y a Primo de Rivera poco antes del asesinato de ambos en los prolegómenos de la Guerra Civil.

Elena considera que Unamuno no es creyente y nos recuerda el pasaje en que Manuel Bueno cita a los dos tipos de personas nocivas y peligrosas para la sociedad: los inquisidores y los racionalistas; respecto al paternalismo mencionado por Mónica, añade que así puede entenderse esa decisión del protagonista de proteger a la gente evitando que sepan lo que él piensa, porque opina que les haría sufrir, pero también porque considera que el pueblo no va a creer en un Dios que no otorga la vida eterna. Al hilo Julio propone que la intención del cura es hacer feliz a la gente apartándoles de la desesperación de un final en la muerte, y comenta que ésta no es una actitud de ateo, por lo que intuye que no creía en la resurrección, pero sí en la existencia de Dios. Lis señala entonces que el tema de la muerte es un asunto muy personal, y evoca una película sobre un científico que quiere saber qué hay después de la muerte mediante la investigación del cerebro humano, al tiempo que señala que existirán dudas existenciales aunque no se tenga en cuenta la religión, mientras Jorge recuerda que las dudas las envía Satán y Mónica opina que el miedo a la muerte es algo impuesto y más frecuente en la infancia, y que sobre todo existe el miedo al sufrimiento y a la enfermedad, a lo que añade Elena el temor a una larga agonía y Julio recuerda que su madre se quejaba de lo «difícil que es morirse». Por último, Carmen apunta que una sociedad totalmente racionalista es algo imposible y recuerda que en los Estados Unidos hay que tener una religión, no importa cuál, ya que se desconfía de los ateos porque «no son gente de fiar»; Eugenio, por su parte, recuerda que a Unamuno le preocupaba mucho la inmortalidad del alma individual, tal como reflejó en su más conocido ensayo, Del sentimiento trágico de la vida.

Laura nos cuenta que había leído esta novela en el Instituto y le ha gustado mucho releerla después de veinte años. Asegura que lo que más recordaba era la metáfora del lago y la montaña, ya que del final no se acordaba; opina que el tema tratado por el libro es atemporal, y piensa que las religiones se fundan sobre dos pilares: la ignorancia y el miedo, sin olvidar el sentimiento de culpa; por último señala que el pueblo de Lucerna es un buen ejemplo de manipulación de las conciencias y de las emociones, ya que la religión condiciona la vida de la gente. Elena comenta que el sentimiento de culpa es un asunto de las religiones monoteístas y Mónica asevera que la culpa no existe en las religiones orientales, a lo que Carmen subraya que las personas seguimos padeciendo esa culpa sin que medie ningún dictado religioso, por ejemplo cuando nos agobia una pérdida de tiempo; entonces se inicia un debate sobre la dictadura del tiempo en nuestra sociedad productivista.

Carmen comenta que ya había leído esta obra y que le ha gustado menos que la primera vez, sobre todo por resultarle un asunto ya sin interés y superado, aunque en su momento le atrajo por su trasfondo existencialista; así califica la tesis central de la novela, en la que reconoce un tratamiento del vacío existencial poco profundo y más bien simplista, calificando su lenguaje de ñoño y a Unamuno de poco ameno, exagerado y pretencioso. Sobre el manejo del cura sobre la gente, indica que hay buena intención, pero no deja de explotar el sentimiento de culpa, sobre el que dice que, en otras culturas, la mala conducta no provoca remordimientos, sino vergüenza.

Eugenio nos recuerda la leyenda de Deméter y Perséfone, a propósito de la historia que promete contarnos más tarde, y menciona la obra de Erwin Rohde, un amigo de Nietzsche, sobre El concepto de la inmortalidad entre los griegos, en referencia a la inquietud que impulsa a Unamuno a meditar sobre el asunto en las páginas del libro que estamos tratando, señalando que en el Hades, el Más Allá de los griegos, no existía la idea de inmortalidad individual, pues las almas no tenían conciencia de haber existido. Insiste en que nos han inculcado la idea de una inmortalidad del alma que desplaza el interés de la persona hacia su propia individualidad, y en ese sentido considera que Unamuno ha escrito esta novela con una intención didáctica hacia el pueblo, pero sin ningún interés en que éste adquiera un verdadero conocimiento, considerando, como Manuel Bueno, que la gente no tiene capacidad para aprender por sí misma. Apunta que ha recordado una película protagonizada por Andrés Pajares, El donante, en la que éste donaba su pene al morir y cuando llega al Paraíso se encuentra una orgía continua en la que no puede participar; al hilo, recuerda el temor de muchos creyentes en la resurrección de la carne a sufrir mutilaciones en su cuerpo, a lo que Carmen señala que hay religiones que no predican la existencia de ningún Más Allá, y que en Irán, donde hay importantes núcleos que profesan la religión de Zoroastro, los cadáveres de los fieles son expuestos a los animales carroñeros para que éstos se encarguen de despedazados. Finalmente, Jorge cuenta la anécdota de un colega de su juventud que en el entierro de su padre padeció el acoso del cura, que aprovechando la ocasión pretendía atraerlo al culto católico, y a quien rechazó espetando el célebre dicho popular: «El muerto al hoyo y el vivo al bollo».

Julio indica que le ha gustado el libro porque trata de cuestiones transcendentales, y que en la época en que está escrito, cuando la Iglesia tenía bien asentados sus dogmas entre los creyentes, era arriesgado escribir sobre la pérdida de fe de un sacerdote. Marta cuenta entonces que su abuela vivía en un pueblo y quedó viuda, y que el cura insistía en que debía ir a misa por lo que ella terminó abandonando el lugar para siempre; entonces Mónica considera que la importancia que la Iglesia otorga a las mujeres y su preocupación por ellas, se limita al hecho de que son las encargadas de la crianza de los hijos, de los futuros creyentes, y Araceli opina que Unamuno no debía de estar inquieto por una reacción adversa de la censura eclesiástica, pues la narradora eleva a santidad al protagonista. Por último, Julio nos recuerda que el autor también cita el tema del suicidio, tanto en boca del protagonista como en la de su padre, y comenta que tal vez lo utilice como posible respuesta al tedio de la vida y a su certeza en la extinción tras la muerte.

Lis también leyó este libro en el Instituto y comenta que le gustó más en aquella ocasión; destaca el
contexto histórico y considera que la época justifica la forma literaria, adecuada para llegar al gran público, con su lenguaje ñoño como intencionado para acceder a su lector contemporáneo, máxime cuando el autor cree que el pueblo español de la época tenía mentalidad zafia y feudal. Considera que su enfoque del asunto lo tiene ella ahora superado, aunque no obstante opina que el planteamiento de Unamuno es revolucionario, a lo que puntualiza Carmen que el tema estaba ya en el ambiente. Lis señala que a su juicio el protagonista es una personificación de la filosofía de Unamuno y que éste no cree en la capacidad de la gente para pensar por sí misma; destaca que los nombres de los personajes no están puestos al azar, sino que responden a un sentido (Lázaro, Ángela), y que la cuestión de la resurrección marca diferencias fundamentales entre las religiones, por ejemplo en lo referente a reencarnación o renacimiento, entre budistas e hinduísmo; Fernandinho comenta al respecto que en la reencarnación existe una jerarquía de niveles, y que una vez alcanzado uno de ellos ya no hay retroceso hacia los inferiores. Por otro lado, Mónica se remite a las grandes similitudes que existen entre el mito de la muerte de Osiris y el dogma de la Inmaculada Concepción, con esa paloma de Isis que engendra a Horus; recuerda también que Osiris se convertiría en el juez de los muertos tras haber resucitado.

Ruth dice que también le gustó más su primera lectura adolescente, y que el mensaje que le hizo concebir a Manuel Bueno como santo ahora no la ha impresionado; respecto al mencionado paternalismo, dice que la religión no ofrece al pueblo educación sino doctrina, de la misma manera que económicamente no procura medios para su propio desarrollo, sino caridad, y recuerda la conversación entre el protagonista y Lázaro a propósito de la intención de éste de crear un sindicato, idea que al cura parece descabellada; al hilo recuerda Lis que el primer sindicato de campesinos en España tuvo carácter católico, aunque Eugenio duda que antes de ello no se fundara un sindicato agrario bajo ideología anarquista y Elena subraya la aversión que muestra Unamuno por el sindicalismo. Entonces Mónica lee el párrafo en cuestión, donde el protagonista afirma: «no conozco más sindicato que la Iglesia», punto sobre el que Jorge llama la atención, pues en la primera edición de la novela, no se decía «la Iglesia», sino «mi aldea». Por último, Ruth recuerda que la religión es el opio del pueblo y que aunque dé mucha tranquilidad lo de vivir bajo el engaño de una vida después de la muerte, no considera que hoy en día mucha gente siga creyéndolo, a lo que Marta evoca la película de animación Coco, para mencionar la creencia de que la inmortalidad individual dura mientras la persona sea recordada por los vivos.

Araceli dice que no es un libro que ella hubiera elegido como lectura, y señala que se lee fácilmente y es muy de la época. A su juicio el autor pone sobre las espaldas del protagonista un sacrificio que nadie le ha pedido que hiciese, y esta imagen del sacerdote penando por la gente no le parece verosímil, ya que para el pueblo la felicidad es otra cosa; Carmen señala al respecto que el protagonista es como «un nuevo Cristo» y Julio recuerda que se metió a cura para poder atender y cuidar a sus sobrinos, hijos de una hermana recién enviudada. Araceli comenta que hoy en día no es muy normal tener la vocación de servicio religioso, y que, salvo excepciones, son personas migrantes quienes deciden dedicar su vida a ello, probablemente para encontrar cierta seguridad laboral; por otro lado, señala que todo esto no es óbice para que la religión sea un tema muy interesante, y como ejemplo remite a la Historia de las religiones de Mircea Eliade. Por último, insiste en que el protagonista le parece un personaje inverosímil, de tan atractivo como se muestra, pero la narradora sí le ha gustado.

Mónica rechaza el tono paternalista y patriarcal que a su juicio despide el texto, a lo que Jorge advierte el comentario de la narradora sobre las encinas matriarcales; pero Mónica insiste en que ni siquiera la trascendencia del asunto tratado ha sido afrontada por Unamuno con profundidad, comparándolo con el estilo de Paulo Coelho, aunque reconoce no haber leído nada de este último; sin embargo, indica que le ha gustado el pasaje de la confesión de Lázaro. Subraya lo mencionado acerca de que el protagonista se metió a cura para sobrevivir económicamente ―a lo que Carmen recuerda que lo hizo como un primer sacrificio por su familia― y supone que en el clero debe haber muchos casos poco vocacionales; a continuación acentúa su crítica al autor por la manera de encarar el tema de la creencia en la inmortalidad, a lo que Eugenio comenta que se podría comparar con Los hermanos Karamazov de Dostoievski y el escritor español quedaría muy por debajo, pero opina que realmente Unamuno no tenía fe en la gente y por eso da la impresión de que su protagonista oprime al pueblo, al no conceder a las personas la posibilidad de aprender por sí mismas. Mónica señala que el autor lo da todo mascado y recuerda alguna de las anécdotas relatadas para mostrar la bondad del personaje, quien parece sugerir que «no va a ser un capullo, pero pudo haberlo sido»; Elena evoca entonces el omnipresente «por qué me has abandonado» en boca del tonto del pueblo, lo que demostraría públicamente sus posibles dudas en torno a la existencia de Jesucristo, a lo que Carmen comenta que parece subyacer una moraleja que empuja a disimular la fe, parafraseando la sentencia del filósofo Pascal que afirmaba que simulando la creencia podría alcanzarse la fe verdadera. Por último, Mónica destaca la numeración de los párrafos como una manera de imitar los versículos del Evangelio ―a lo que Julio recuerda que la narradora escribe como si se tratara de una hagiografía o vida de santo―, y cierra su intervención recordando la mención a los libros del padre de Ángela, donde Jorge ve una metáfora entre la ceguera inducida al pueblo y la recomendación del cura de
leer el Bertoldo como forma de evitar los males de la incredulidad.

Marta abre su turno preguntándole a Jorge por qué ha insistido tanto en que leamos este libro, a lo que Jorge responde que es uno de sus libros de cabecera, junto a Lucía Etxebarría; entonces Julio pregunta a su vez a Marta por el motivo de su pregunta a Jorge, y ella responde que es simple curiosidad; a continuación confiesa que le ha gustado volver a leerlo, pero que no lo ha disfrutado mucho. Recalca el poder del que continúa disponiendo la Iglesia y se muestra sorprendida por el hecho de que actualmente la gente joven siga reconociéndose creyente, aunque indica que no hay que caer en la simpleza de identificar creencia religiosa con merma racional, y que la fe no es sino una opción de vida. Al hilo, Marta señala que el autoritarismo de los dogmas no debe confundirse con la convivencia religiosa de base, y que ella misma, reconociéndose hoy en día no creyente, ha experimentado en su juventud la experiencia de la comunidad parroquial de su barrio como centro cultural y social, y comenta que su abuela era atea, pero su madre es creyente y ella y sus hermanos se consideran ateos; entonces Mónica manifiesta haberse sorprendido a sí misma hace poco con la toma de conciencia sobre el sentimiento de culpa que considera inculcado por la cultura judeocristiana, a lo que Carmen recuerda que en otras culturas no existe la culpa por los actos reprobables, sino la vergüenza que provoca en quien los comete, y Fernandinho dice mostrarse perplejo por la imagen del catolicismo que existe en España, que no tiene nada que ver con la que hay en Brasil; finalmente, a Eugenio le surge la duda de si se puede creer en el mensaje de Cristo sin tener que creer necesariamente en su hipotética existencia.

Para la próxima Tragulia, Julio nos propone un libro que, aunque no ha leído, le han recomendado un par de amigos: Noches de cocaína, de J. G. Ballard. Será el próximo 29 de febrero, excepcionalmente sábado.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

"AUTORRETRATO" DE EDOUARD LEVÉ







































13 de octubre de 2019: Autorretrato / Edouard Levé


Reunidas Carmen, Araceli, Marta, Jorge, Lis, Fernandinho, Mónica, Ruth, Elena, Laura y Eugenio.

Carmen abre la sesión comentando que el libro, sorprendentemente, le ha gustado, sobre todo por el ritmo que imprimen los enunciados breves en que está compuesto, que a ella le provocaban pensamientos similares, rápidos y escuetos; lo que ha echado en falta es que el autor le contase algo más, pues se limita a soltar retazos de su vida de forma desordenada, sin terminar de definir lo que cuenta y difuminando los asuntos, por lo que le parece un tanto superficial; no obstante, le ha resultado agradable de leer, ha encontrado pensamientos profundos entre otras cosas más básicas y se ha sentido identificada con unos cuantos de sus enunciados. Destaca que el narrador afirme que piensa «llegar a los ochenta», siendo el caso que terminó suicidándose, y resalta la escena en que viaja en tren y confiesa sentirse más locuaz en compañía de desconocidos. Carmen señala que el estilo de esta obra es otra manera de narrar, cuyo carácter sentencioso parece distante sin serlo, y que es muy original para contar hechos autobiográficos; y aunque a Mónica le parece demasiado inconexo, Jorge corrobora su originalidad y, además, que el autor sea capaz de crear un todo a base de un conjunto de fragmentos, utilizando una especie de técnica del collage. Por último, Carmen subraya que se lee rápido, lo que Marta le resulta «un valor».

A Araceli le ha resultado un tanto convencional y aburrido; declara que ella no se lo volvería a leer, a pesar de que pueda convertirse en una fuente de frases a apuntar cuando eres joven, ya que es un libro que no deja poso. Destaca una secuencia de la infancia del narrador, cuando se encuentra con un tipo con la cara deforme, así como también la descripción de paisajes y la de los viajes que emprende el protagonista, que le parecen lo más trabajado de la novela; dice que respeta sus manías, como la que tiene con la ropa, pero que le resulta un tanto cargante. Por último recuerda el trato que hace de la homosexualidad, negando reiteradamente que él entienda; al hilo, afirma Mónica que el hecho de que diga haber participado en varias orgías sin haber abrazado nunca a un hombre, se le antoja muy sospechoso, y que donde parece querer demostrar su hombría, sólo muestra sus carencias emocionales, aunque a Jorge le parece un viciosillo y Marta menciona la tendencia swinger.

Marta defiende la integridad del autor, asegurando que, a pesar de que se le pueda tildar de loco u obsesivo, si hubiéramos leído el libro sin tener constancia de su posterior suicidio, habríamos extraído otras conclusiones; a ella le ha encantado y lo considera muy recomendable, sobre todo a chavales y chavalas, a quienes ve como el público más adecuado para sus páginas. Le parece que el estilo de frases cortas es minimalista, expresando muchas ideas y sentimientos con pocas palabras, a modo de listados muy evocadores que no dejan indiferente al lector; y duda de que el autor fuera tan maniático como se está afirmando: a su juicio, y aunque tendamos a figurárnoslo en base a su suicidio, Edouard Levé ha escrito una obra muy vitalista, lo que no debería impedir que su otra novela, Suicidio, escrita poco antes de quitarse la vida, deje otra sensación. Por otro lado, Marta destaca la noción del tiempo que se va construyendo con la lectura, y corrobora esta impresión con una imagen: «conducir por la noche bajo la luz de la luna por una carretera de montaña». Dice que el final le ha parecido estupendo y reivindica la importancia que tiene este título para Francisco.

Jorge afirma que le ha encantado el libro; que es de lectura ágil y ritmo contundente, así como breve y terapéutico. Destaca las frases lapidarias, tan abundantes que no pueden ser apuntadas, y señala que el autor está constantemente mostrando el intransitable camino de búsqueda del sentido de la vida, a lo que Carmen replica que el único sentido de la vida que ella puede concebir es la jubilación. Finalmente, Jorge propone que cada cual exponga sus frases predilectas, para demostrar que habría para todos los gustos.

Fernandinho confiesa que él jamás ha pensado en la jubilación, puesto que en su profesión es un asunto intratable, muy a pesar que de su padre le haya estado mareando con lo de un plan de jubilación, aunque, según los cálculos que maneja Lis, sería mejor colchón contratar un fondo de inversión. Respecto al libro, Fernandinho señala que le ha gustado mucho que se pueda comenzar a leer desde el final o desde cualquier página escogida al azar, y también subraya el concepto de «autorretrato literario», pues suena muy a cosa de artistas. Añade que él tuvo en su día dos amigos que acabaron suicidándose, ante lo que Laura indica que en muchas ocasiones los casos de suicidio ocultan enfermedades mentales no tratadas, y Araceli comenta que a ella el suicidio le parece un tema de pura supervivencia; Carmen dice entonces que hay soluciones que conllevan un problema, y Mónica sentencia que los asuntos de salud mental deberían tratarse como los de cualquier particularidad física, pues lo que en principio es una tendencia del individuo se agrava por culpa del estigma social. Fernandinho recuerda que hay trances mentales que se inducen a través de ceremonias estimulantes o de forma natural, y que a las peculiaridades psíquicas no se les aplica tratamientos adecuados, sino que suelen afrontarse mediante la ingesta de calmantes; Mónica indica que para esas peculiaridades se ha perdido todo valor comunitario y para el sujeto supone una carga de la que debe aligerarse, pues esa faceta de su personalidad es cuestionada e incluso tachada de trastorno. Carmen comenta entonces que, antiguamente, en una sociedad cuyo nombre no recuerda, existía la cura de la hiena: «se cavaba un hoyo, se llenaba de hienas y se echa allí a todos los enfermos mentales; de esa manera, quienes sobreviviesen serían aquellos que lo merecía»; al hilo, Mónica evoca ciertas culturas que consideraron a las personas con facultades mentales alteradas como favoritas o elegidas por los dioses. Finalmente, Fernandinho se pregunta cómo ligaría el autor, a lo que Jorge responde que probablemente tuviera un gran éxito entre las alemanas jubiladas.

A Lis le ha gustado el libro porque a su juicio es honesto, y destaca las sentencias lapidarias que lo colman, aunque al respecto comenta que estas frases breves provocan también cierta saturación de información; señala, por ejemplo, aquélla en la cual el narrador enuncia que le gusta olfatear los libros que lee, afirmación con la que ella se siente identificada. Sobre el personaje dice que es una clara muestra de sujeto obsesivo-compulsivo, T.O.C., pero quizás «demasiado toc»; asegura que no tiene claro si le hubiera gustado o no conocerle, aunque en el fondo le hubiese gustado cruzarse con él para preguntarle el porqué de tantas manías; al hilo de esta reflexión, Fernandinho recuerda que el personaje está bastante loco, a lo que Lis replica que está algo atormentadillo, pero que quizá fuera excesivamente inteligente, ante lo que Marta advierte que instinto suicida y locura no son estados que necesariamente se desarrollen a la par; entonces se abre un debate intenso sobre los niveles de obsesividad que son capaces de desarrollar los miembros de esta nuestra tertulia.

Lis prosigue su intervención señalando que no considera la composición del libro como algo espontáneo, sino que está razonado y tiene estructura, ante lo que Fernandinho afirma que el autor, como fotógrafo que fue, hace un retrato de sí. Por otro lado, Lis indica que está de acuerdo con la opinión de Marta, quien recomendaría este libro a los jóvenes y adolescentes porque da qué pensar y puedes extraer una lectura muy vitalista; en este sentido, Araceli señala que hay muchas frases que son de sentido común, Lis subraya que son intensas y Carmen considera que muchas son tan comunes que «no se te ocurre escribirlo», aunque a su juicio es más fácil comunicar así por lo breve, a lo que Jorge y Elena replican que no están de acuerdo porque les ha parecido un libro con una capacidad de concreción sublime, que es capaz de contar mucho con muy pocos recursos.

A Mónica le ha parecido un libro «muy de terapia» y poco literario, opinión que Jorge no comparte. Mónica dice que a ella la simplicidad le molesta, y que sólo ha leído unas cuarenta y ocho páginas; Carmen comenta que eso es la mitad del libro y Jorge se queja de que Mónica, en su otro club de lectura, siempre termina los libros. Mónica prosigue señalando que se ha sentido identificada con la frase «nado media hora al día y soy distinto», y corrobora que en general parece un extracto de apuntes de psiquiatría, a lo que Carmen menciona el ejercicio que te manda un terapeuta y Elena dice que el propio narrador menciona que ha ido a psicoanalistas y cuenta que su madre terminó llamándole ‘mierda’ «cuando empecé a ser problemático»… Mónica concluye que el libro no le ha gustado, que es facilón y sencillote, y que por ello quizá sea como dice Marta ideal para adolescentes; dice que le ha recordado la lectura de Mala gente que camina, de Benjamín Prado, por el mal desarrollo de la trama.

Ruth comenta que al principio no le gustó mucho porque lo leía demasiado deprisa, pero en una segunda lectura le ha gustado bastante, sobre todo la segunda parte; se pregunta cómo se le puede ocurrir a un autor escribir de esa manera, y considera que es una composición espontánea, a lo que Carmen recuerda la escritura automática y Jorge señala que ve necesaria una construcción posterior. Ruth dice que sabiendo que el autor iba a suicidarse se ha fijado en determinados detalles de la obra, y ha comprobado que hay mucha presencia de la muerte, aunque añade que ha tenido la sensación de no entender determinadas frases por el mero hecho de ser mujer, como el irse de putas; Lis recuerda que el narrador confiesa que no le gusta que le toquen y Elena evoca el juego que cuenta de violar a su prima. En definitiva, Ruth considera que el trato hacia las mujeres podía ser una particularidad, pero después percibió que el narrador «trata a todo igual», donde Carmen detecta que tendemos al sentimentalismo y Ruth reconoce que hay que leer a este autor con cierta distancia.

A Elena le ha encantado; le ha parecido bastante intimista y con una buena concreción del contenido. Dice que a pesar de ser «un tarado» le ha resultado un tipo interesante, con una descripción de sí profunda entre nimiedades, aunque da la sensación de exceso de improvisación; al hilo comenta Laura que taradas estamos todas y que lo malo es que en nuestra sociedad no está bien visto ir al psicólogo y que, es más, todos deberíamos hacerlo periódicamente, a lo que Mónica añade que esa necesidad de ayuda psicológica, antiguamente la solventaban yendo a la iglesia a confesar, que con el simple hecho de verbalizar nuestras culpas ya se realiza un acto terapéutico, amén de que después se repetían las oraciones como si de un mantra se tratase; Lis señala que en Alemania ir al psicólogo es una liturgia normalizada y Carmen indica que el sentimiento de culpa tan cristiano continúa ejerciendo su magisterio en nuestras vidas. Por otro lado, Elena destaca la imaginación que muestra el autor y añade que le ha parecido que éste tiene un exceso de ego, y lo califica de «cuadriculado pero interesante», un tipo fuera de lo común poseedor de una imaginación desbordante, lo que corrobora citando una frase: «nunca he asistido a un entierro nudista». Opina que el autor no es un deprimido, sino que ha tenido una vida bastante plena, haciendo deportes y atesorando una amplia cultura, y que al suicidio de un amigo que menciona lo trata como una manifestación de belleza y un culmen tras el que sólo queda la inquietud de qué habrá más allá. Finalmente, Elena apunta (y esto lo comparte Jorge) que le daba un poco de miedo afrontar la lectura de este libro, porque al haberlo escogido Francisco pensó que sería más espeso.

Laura dice que venía desinformada y sin mucho interés en el libro, pero que después de escucharnos le apetece leérselo y «es posible» que llegue a hacerlo.

Eugenio opina que el libro es algo «ya escrito» porque el narrador es un reflejo del autor; considera que la literatura debe centrarse en lo que está fuera del autor, porque de lo contrario pasa a ser una literatura con fecha de caducidad y fácilmente sustituible. A él le ha recordado la obra Me acuerdo de George Pérec, y reitera que en su opinión la literatura debe ser un reflejo de la época, pero trascendiendo al autor; insiste en que lo mejor para escribir es plasmar lo que tú eres pero sin que se note que estás en el relato; por ello, considera que este libro es más bien un ensayo, y que el autor, como fotógrafo, ha hecho un ejercicio de condensación de imágenes.

Por último, añadimos el comentario escrito de Soledad, quien no pudo estar presente aquel domingo…

Lo primero que diré es que me ha gustado, sin volverme loca, pero si
me ha gustado. Creo que no es nada artificial, supongo que porqué es,
en cierto modo, autobiográfico. Es como una lista de deseos, de buenos
propósitos, de cosas preferidas, de cosas odiadas... esas listas que
hace un montón de gente, y que yo nunca he hecho, pero sin orden ni
narración. Es melancólico, ameno y distante en su lista de
pensamientos. Salta de un tema a otro sin ningún sentido establecido,
hay frases profundas y otras ligeras, y yo creo que eso lo hace más
fácil de leer, porque no sabes lo que te espera. Parece fácil de
escribir, pero hasta lo más sencillo hay que hacerlo, escribirlo,
pintarlo, cantarlo, bailarlo... y ser el primero, o uno de los
primeros en hacerlo. En todas las tertulias se subrayan o destacan
frases o párrafos de la lectura para afianzar nuestras tesis, y en
este libro me parece más fácil destacar algunas frases, por eso de ser
cortas y concisas. Y cómo es un recurso cómodo y rápido, voy a
recordar alguna que me ha gustado.

- "Me encanta el sonido sincero que hacen las bolsas de papel, pero no
aquel otro crepitante, de las bolsas de poliuretano"
- "Me gustan las personas raras"
- "Soy irregularmente inteligente"
- "No sé cómo interrumpir a un interlocutor que me aburre"
- "Me gusta la lluvia de verano"
- "Me pregunto qué haría si me torturaran"
- "He conocido temperaturas que van de los 25º bajo cero hasta los 45º"
- "Me pone contento estar contento, me pone triste estar triste, pero
también me puede poner contento estar triste y triste estar contento"
- "Demasiado ruido en un restaurante puede arruinarme una comida"
- "En la playa, las chicas me despiertan menos deseos que en una biblioteca"
- "Me pregunto si admiro la fe, o a la gente que tiene fe"
- "Temo empeorar las cosas queriendo mejorarlas"
- "No tengo intenciones de vengarme"
- "Cuando muera no quiero que se celebre ninguna ceremonia religiosa"
- "La idea de dar un largo paseo a pie por la montaña en un día de sol
me pone contento"
- "Nunca he estafado a nadie"
- "Me siento más atractivo después de la playa que antes"
Y la frase final ; "El día más hermoso de mi vida quizá ya pasó"

Y elegimos fecha para el próximo encuentro, 15 de diciembre, en que comentaremos San Manuel Bueno mártir, de Miguel de Unamuno, elegido por Jorge.