Mejor hoy que mañana /
Nadine Gordimer
Reunidxs: Francisco, Carmen, Laura, Ruth, Marta, Lis, Fer,
Mónica, Jorge, Jorge Irati y Eugenio.
Abre la sesión Mónica
advirtiendo que ella sólo ha leído setenta y seis páginas del libro, pero lo
sitúa en Sudáfrica, durante el final del Apartheid, allá por 1994, época de la
que todos nos acordamos; añade que ha estado leyendo ―en otras fuentes, porque
el libro no terminó de engancharla― sobre la historia de Sudáfrica como país, y
comenta que está estrechamente unida a la de los afrikáners, colonos
holandeses, desde la guerra que estos mantuvieron contra el Imperio Británico
(“de los Bóers”), a finales del siglo XIX, hasta la agresiva resistencia que
ahora hace frente al nuevo régimen antisegregacionista; Francisco recuerda que Churchill participó como soldado en aquel
conflicto bélico. Mónica señala que
la vida de la pareja protagonista, formada por un hombre blanco y una mujer
negra, es el hilo conductor de la novela, en la que no ha visto mérito para el
premio Nobel, no sólo por ser posterior a su consecución, sino porque considera
que más bien el Nobel ha posibilitado que Gordimer escribiera algo tan
mediocre: a su juicio, la autora no relata bien, y aunque le parecen
interesantes las partes en que sitúa al protagonista en la lucha antiapartheid
(recuerda Carmen que era de origen
judío), cree que no enfoca bien estos saltos al pasado, a lo que Jorge Irati comenta que quizás se trate
de un deja-vu inverso, que daría a quien lo padece la impresión de no haber
estado. Mónica continúa su crítica
señalando que cree que la autora no saca partido a los personajes, aunque los
hay con muchas posibilidades, como el hermano gay, al hilo de lo cual Carmen señala que los personajes en
esta novela son simplemente anecdóticos, que la verdadera intención de su
autora al componerla parece ser difundir la historia de Sudáfrica desde su
punto de vista. Por último, Mónica
destaca que en las páginas que ha leído nota cierto discurso antirreligioso, y
termina corroborando que los personajes no están aprovechados, circunstancia
que a ella ha llevado a evocar la estructura de El camino de Delibes, donde los múltiples personajes, que se
reparten el protagonismo de los distintos capítulos del libro, enriquecen y
colman la obra; Marta señala que
está de acuerdo con Mónica, aunque
ella se ha leído 200 páginas, y finalmente ésta propone que cuando se quiera
leer un autor que ha logrado el Nobel, se elija un libro que haya escrito antes
de haberlo recibido.
Jorge indica que
él sólo se ha leído el título, y que está muy bien: Mejor hoy que mañana; se excusa de no haber continuado la lectura
porque se encontraba despistado leyendo otro libro, Memorias de África, que empezó a leer después de ver la película y
de sentirse enamorado de la historia que se cuenta sobre la discípula del
aviador, por lo que cuando le toque elegir libro, propondrá las memorias de la
aviadora Markham Beryl, Al oeste
con la noche, abandonando entonces su propósito de seguir insistiendo en San Manuel Bueno mártir, aunque Laura asegura entonces que si Jorge finalmente elige la obra de Unamuno,
ella se compromete a volver a leerla.
Jorge Irati
tampoco ha leído el libro (de hecho, se une a nuestra sesión de forma
espontánea), pero en lo que se refiere al asunto principal del mismo, indica
que el final del Apartheid hay que relacionarlo con el reinicio del capitalismo
en Sudáfrica, y que en realidad no supone la extinción del anterior régimen,
tal como se demostró durante la celebración del Mundial de fútbol en 2008,
durante el cual pudo verse en los estadios a blancos ocupando el palco mientras
negros limpiaban el césped; corrobora que la segregación ya no es ilegal pero
sigue existiendo, a lo que Marta
añade que Gordimer lo refleja en la novela, y Carmen señala que la autora es muy crítica con el resultado de la
transición a pesar de que la hija de la protagonista ya pueda estudiar.
Entonces Jorge Irati se pregunta qué
es lo mejor para los educandos, ya que todos los niños tienen la posibilidad de
estudiar en instituciones educativas, pero se debe tener en cuenta los valores
que éstas promueven, y recuerda que en Sudáfrica siguen existiendo guetos, a lo
que Carmen matiza que la
posibilidad, cuando no se desea la integración en el sistema, es emigrar, y
añade que en otro contexto de la novela, el hecho de que las niñas pudieran
estudiar se ve como una mejoría del sistema, aunque al final tengan que
marcharse (indica Marta que el final
de la novela queda abierto a otras posibilidades). Entonces Mónica cambia el tono de su crítica al
afirmar que la autora narra y explica estos acontecimientos con buena letra,
ante lo que Ruth recuerda a los
amigos negros y gays del protagonista, a quienes llama “delfines”; Mónica evoca entonces la imagen de la
fiesta gay en una urbanización que anteriormente había pertenecido a la clase
de los blancos heterosexuales, y Francisco
añade que esta urbanización se había abierto a otra clase social al tiempo que
se producía la apertura del régimen. No obstante la última crítica favorable, Mónica insiste en que la narración
adolece de estímulos y Carmen
mantiene que es una obras de circunstancias, Ruth opina que es un libro de denuncia, Lis comenta que tal vez se trate de una mala traducción y Carmen reitera que Gordimer no
ha alcanzado un logro literario con esta novela, aunque no deja de alabar los
cambios de persona en la narración y, a continuación, recupera el asunto
religioso para recordar que el padre de la protagonista era un pastor
protestante, lo que a Mónica sugiere
que a lo largo de la novela se profundiza en la cultura afrikáners, y plantea
una pregunta sobre si existe tratamiento sobre ello en la novela, que Ruth responde negativamente y da pie a Francisco a recordar que los holandeses
que se asentaron en Sudáfrica eran calvinistas, y que los ingleses llegaron
después.
Eugenio asegura
que no ha podido leer la novela porque está enfrascado en lecturas acerca del
mito de Isis, aunque también confiesa que la obra de Gordimer no
despertó su interés.
Por su parte, Francisco
reconoce haber llegado hasta la página 200, hasta el pasaje en que la
protagonista se desplaza a su lugar de origen para visitar a su padre; pero, a
pesar de la corta existencia que le augura a este tipo de literatura, considera
que es un libro necesario, que levanta acta de una época, de todo periodo
marcado por la lucha y la revolución que coincide con el final de los regímenes
totalitarios. Al hilo, Francisco
cita a Tocqueville, quien consideraba la democracia como un estatus de
mediocridad, fuente de vida sin sobresaltos pero insípida, siempre considerando
la perspectiva de quienes han luchado contra una dictadura; recuerda entonces Carmen que el protagonista había hecho
bombas para la resistencia política, y Lis
que la protagonista estuvo en la cárcel por el color de su piel. Francisco señala que las dificultades
sociopolíticas y económicas que adolecen los individuos provoca que ellos
tengan más posibilidad de superarse al afrontar esa vida de compromiso, bien
sea en su evolución profesional o bien por el cuestionamiento moral que
aprenden a sostener sobre los hechos de su entorno, y ello posibilita que su
integridad ética progrese con mayor soltura, lo que para Carmen explicaría que el regreso de los emigrantes de un exilio
político o económico implique contrariedades a la hora de reintegrarse, que
para Francisco es un problema común
y conlleva una situación de estrés y para Lis
es fuente de decepciones que también afecta a quienes lucharon desde dentro,
pues la frustración les alcanza cuando no obtienen las libertades esperadas. Francisco señala a continuación que hay
entonces dos posibilidades: o se sigue en la misma lucha o se busca lo anhelado
por otra vía; para Jorge Irati, el
caso concreto de la represión en Sudáfrica es muy particular, ya que en otras
descolonizaciones británicas como la de la India, no hay un racismo tan exacerbado, y eso a
pesar del sistema de castas, que se quiera o no tiene profundas raíces
religiosas; Francisco se hace
entonces eco de una afirmación ajena acerca de lo aberrante que es el racismo
por ser una diferenciación basada en la apariencia más superficial, y por ello
más injusta, y Lis señala que en la
novela se produce un debate universitario donde se plantean reacciones
xenófobas a causa de la llegada de inmigrantes de Zimbaue, a lo que Carmen advierte que más se trataría de
rechazo a la pobreza que al color de la piel o a la cultura ajena, y que por
tanto es clasismo. Al cabo, Lis
recuerda que aquella circunstancia se produce cuando ya Mandela no es
presidente y Jorge Irati comenta
que, al margen de escenarios políticos, el rechazo al inmigrante es una
cuestión económica que aumenta cuando la población receptora siente amenazados
sus medios de subsistencia e por instinto se violenta para proteger lo que
tiene.
Carmen comenta que
la pareja protagonista sufre una especie de aburguesamiento a medida que avanza
la nueva situación del país que describe la novela, aunque no se sienten a
gusto y se plantean irse a Australia, lo que a juicio de Ruth podemos llamar desilusión, pero no quieren irse y sentirse
culpables de abandonar el país; Lis
advierte que en la novela, las mujeres no tienen opinión al respecto y deben
hacer lo que dicen sus maridos. Carmen
sostiene que no le ha gustado que la autora cuente con excesivo detalle las
impresiones de los personajes, guiando de esta manera lo que percibe el lector
y dejándolo sin posibilidad de formar su propia interpretación, pues aunque la
narración parezca elaborada sobre la objetividad, los personajes quedan poco
desarrollados y a merced de lo que piensa la autora sobre la situación de
Sudáfrica; al hilo de esto, Francisco
comenta que el protagonista no vivía como un judío y Mónica sostiene que la madre de él es una figura muy interesante y
tiene muchas posibilidades que se quedan en nada. Por ello Carmen insiste en creer que Gordimer se ha sentido en la
obligación de escribir sobre esta época concreta de su país, que a través de la
ficción convierte en acontecimiento único, lo que para Lis ha sido motivo de disfrute, pues ella tiene interés por el
tema; pero a Carmen le ha supuesto
un esfuerzo a la hora de leer esta novela, que califica de normal tirando a mal,
aunque reconoce que es un punto de apoyo o impulso para interesar a una por el
tema, y animarte a buscar más datos para ampliar información al respecto;
finalmente, Mónica señala que a ella
no le hubiera extrañado que esta novela la editara Plaza&Janés, pues parece
más de su ámbito editorial que del de Acantilado, y vuelve a reprochar a la
autora que no se lo haya trabajado lo suficiente, por ser un tema de interés,
por un lado, y por haberle sido ya concedido el Nobel.
Laura no ha leído
esta novela, pero reitera que leerá San
Manuel Bueno, mártir si finalmente Jorge
se decide a elegirla cuando le toque.
A Ruth le ha
gustado la novela, principalmente por su temática, que para ella era
desconocida hasta ahora: la
Historia de Sudáfrica entre el Apartheid y el Mundial de
fútbol, por lo que siente que al respecto le ha aportado cierto conocimiento
sobre el país, aunque reconoce que de alguna manera la autora construye un
informe, descuidando el tratamiento de los personajes, lo que para Carmen se manifiesta en la escasez de
diálogos. Ruth destaca las
contradicciones que sufre la familia protagonista, que después de haber estado
activamente implicada en la lucha social contra el régimen segregacionista,
pasa al formar parte de la pequeña burguesía, lo que en ocasiones acarrea un
llevadero cargo de conciencia; recuerda que los protagonistas viven en un
barrio residencial y que sus hijos van a un colegio privado, dato que a Jorge Irati le empuja a comentar que la
situación de los colegios privados en determinados países como México, obliga a
una parte de la sociedad a trasladar a los hijos en coche o autobús, y evoca al
poeta que dice que “son los ricos quienes viven en guetos”; por su lado, Carmen señala que la instauración de un
nuevo poder que se ha opuesto al precedente, obliga a los partidarios de aquél
a cerrar los ojos cuando los tuyos comienzan a ejercer el poder, lo que en el
caso de la novela conlleva un distanciamiento entre el padre y la hija, cuando
aparecen los primeros casos de corrupción. Ruth
insiste en que los que progresaron tras el cambio de régimen, comienzan a
transformarse en élite, y hace referencia a la discriminación positiva que se
produjo en educación, donde la necesidad de cubrir los cupos
antisegregacionistas implica que en la universidad ingresan personas
desprovistas de formación académica conveniente, e inferior a la de otros que
quedan fuera, lo que Carmen entiende
como una premisa inevitable para que personas que han sufrido opresión y no
disfrutado de oportunidades de aprendizaje, puedan entonces acceder al sistema
educativo. Concluye Ruth comentando
que también influye el hecho de que la lengua materna de los afectados no sea
la oficial, en ese caso el inglés.
Marta también ha
leído hasta la página 200 y dice que literariamente no le ha gustado, porque a
su juicio carece de continuidad y la narración se desarrolla a ráfagas; pero
indica que le atrajo la idea de leer algo sobre Sudáfrica, aunque cree que no
volverá a emprender ningún otro libro de la autora; Carmen reincide entonces en su queja de que a esta novela le ha
faltado una historia de verdad que sirva de atractivo vehículo para describir
el periodo histórico. Marta comenta
que le ha gustado el empeño que muestra el protagonista por conocer la cultura
de su pareja, y al hilo Carmen
recuerda que la hija de ambos estudia en un colegio griego y Lis señala que le resultó muy sugerente
la presencia de la civilización griega en aquella cultura de apariencia tan antagónica.
Por último, Marta llama la atención
sobre la omnipresencia en el ámbito de las colonias británicas del espíritu de la India, y Francisco rememora que Gandhi estuvo en
Sudáfrica; a su vez, Carmen menciona
el racismo del que hacia la raza negra adolecía Gandhi y Mónica hace alusión a los casos de corrupción de los que se acusó
al gobierno de Mandela, a lo que Lis
replica que la corrupción política siempre debe ser contextualizada.
Entonces Lis habla
de la novela para indicar que no le ha gustado la forma en que está escrita,
pero sí le pareció interesante su temática, ya que obliga al lector a
plantearse un debate interno sobre qué es lo que sería conveniente o necesario
hacer en el supuesto de encontrarse en una situación similar. Comenta que la crítica
a los amigos que se han exiliados o lo han sido a la fuerza, es inevitable en
estos casos, a lo que Carmen añade
que se les presenta la disyuntiva de si es mejor irse a Inglaterra en lugar de
a Australia y Francisco retoma una
cuestión que para él es clave en estas circunstancias: cuándo está uno
preparado para regresar a la patria, o si realmente se desea volver una vez que
dejaron de darse los hechos que empujaron a marchar. Carmen comenta que es difícil llegar a conclusiones tan delicadas
si no se ha sufrido la circunstancia, pues ésta crea tal estado de inseguridad
que no puede experimentarse con especulaciones, y Francisco pone como ejemplo al hermano del protagonista, quien
después de producirse el cambio de régimen gira hacia la tradición familiar y
se agarra al judaísmo. Finalmente, Lis
cierra su intervención evocando su reciente lectura de Volver a casa, de Yaa Gyasi, escritora estadounidense de
origen ghanés, que muestra cómo hoy en día continúa siendo muy problemático el
color de la piel; Carmen puntualiza
a ello que los inconvenientes se agudizan cuando además se es mujer.
Fer sitúa el
racismo en su personal experiencia en Brasil y recuerda que allí el hombre
blanco es de clase media trabajadora, a pesar de que en el resto de países que
él ha conocido se cree que en Brasil no existe racismo; amplía datos comentando
que hasta 1985 existían bares donde no se dejaba entrar a los negros, y la
esclavitud no se derogó oficialmente hasta finales del siglo XIX. Al hilo, Marta cuenta que conoció a una pareja
formada por un israelí y una cubana blanca, y que ésta, ante una anécdota sobre
músicos cubanos negros, confesó que para ella todo artista era por regla
general negro, mientras que si se hablaba de una profesión liberal, consideraba
automáticamente que se estaba tratando de un blanco.
Para la próxima sesión, a celebrar el 26 de noviembre, Marta elige El príncipe negro,
de la escritora irlandesa Iris Murdoch.