15 de abril de 2018 (San
Ruth): Nosotros,
los Rivero
/ Dolores
Medio
Reunidas
(por orden de aposento comensal): Francisco, Eugenio, Fernandinho,
Lis, Ruth, Elena, Julio, Carmen, Marta, Jorge, Soledad y Mónica.
P. d. 1º: Laura estuvo
presente en la proyección-sorpresa de El
gran dictador,
de Charles
Chaplin,
celebrada horas antes en homenaje a nuestra matrona, pero ha tenido
que ausentarse de la liturgia traguliana por motivos familiarmente
justificados.
P. d. 2º: El escriba del
presente Acta declara bajo juramento que las manchas de vino halladas
en las hojas del cuaderno se deben únicamente a la torpeza de algún
comensal o comensala que, sin ninguna intención aparentemente
aviesa, ha vertido una copa distraída sobre su material de trabajo.
Como
presidente de la mesa y promotor del Día de San Ruth, Francisco
se disculpa sinceramente por no haber leído el libro; esgrime en su
defensa que la misión que lo avala para esta convocatoria es velar
por que recibamos la mejor acogida posible en los dos espacios donde
hoy nos reunimos, además de procurar que la homenajeada, matrona
nuestra, posea un ejemplar de la obra íntegramente editada, esto es,
sin censuras ni recortes; esta edición es la que recientemente ha
publicado Libros de la Letra Azul, novísimo proyecto editorial
capitaneado por Ángeles
Caso.
Marta
respalda la declaración de nuestro presidente, añadiendo que,
además, él se encargó de ir a una librería de viejo para adquirir
dos de los censurados ejemplares que hemos utilizado para esta
tertulia; Francisco
corrobora tan categórica afirmación, pero resta importancia a su
mérito e insiste en excusarse de su inanición lectora, asegurando
que el último libro que se ha leído hasta el momento ha sido
Insolación,
de Emilia
Pardo Bazán.
A
continuación, Eugenio
trata de aclararnos por qué se está mostrando tan empecinadamente
contrario al realismo,
y para ello señala que ya desde el mismo concepto con que este
estilo es etiquetado, se crea un equívoco en la expectativa, porque
derivando del término «realidad»
promete que va a reflejarla con mayor o menor fidelidad,
transmitiendo a nuestra conciencia la visión errónea de que una
ficción puede revestirse con estatuto de acontecimiento. Eugenio
añade que probablemente él tenga un prejuicio
incurable hacia el realismo,
pero lo justifica diciendo que al leer somos propensas
a identificarnos con el contenido y solemos derivar nuestro gusto
estético de la simpatía o rechazo que sentimos hacia personajes y
sucesos, obviando la forma de la obra y perdiendo su verdadero
alcance artístico. Por otro lado, Eugenio
recuerda
que la autora, cuando recibió la notificación de que su novela
había sido censurada, se saltó el procedimiento legal remitiendo
una carta a las autoridades competentes en la materia donde rogaba
que le fueran señalados los pasajes impropios con el fin de
suprimirlos, y aunque más adelante, a propósito del informe censor
de otra de sus novelas, Diario
de una maestra,
respondió Dolores
Medio
con un nuevo recurso donde ya sí reivindicaba la legitimidad de su
texto íntegro, argumentando haber encontrado, en obras de otros
autores publicadas por aquellos tiempos, alguna de las incorrecciones
que se le imputaban a ella, no dejó de supeditar su expresión
literaria a la necesidad de verse publicada; lo que, no obstante,
Eugenio
reconoce como perfectamente legítimo, pero insiste en que la
intención reivindicativa de la autora, que tuvo suficientes motivos
para rebelarse, habiendo sido maestra antes de la Guerra y
posteriormente represaliada por ello, obligada a emigrar a Madrid y a
trabajar y vivir en condiciones pésimas, se pierde tras la forma que
da a su obra, de lo cual le parece muy significativo que en el
informe censor se acuse a la narración de estar impregnada de
«excesivo
lirismo republicano y revolucionario»,
expresión que, según Eugenio,
carece por completo de significado.
Fer
pone
cara de póker y pasa la palabra a su «meu bem», más conocida como
Lis,
después de desvariar ampliamente acerca de una película titulada La
espera,
que al parecer se vio obligado a ver la víspera, muy a pesar de que
los personajes protagonistas, un italiano y un francés, no le
inspiraban ninguna confianza. A juicio de Francisco,
un italiano y un francés son de ese tipo de machos que «bien se
quiere follar a todas, bien se las ha follado».
Lis
afirma que a ella sí le ha gustado la novela, a pesar de haber
tenido que leerse la versión censurada; argumenta que una parte de
su interés por este libro se debe a que ella pasó su infancia en
Asturias y siente afinidad por Oviedo, ciudad muy bien descrita en
sus páginas, siempre bajo la sombra de la Vetusta de Clarín,
nombrada en sus páginas explícitamente. A juicio de Lis,
la autora es una mujer valiente dispuesta a contar lo que desea
contar pese al riesgo que corre frente a la censura, siendo sincera y
consecuente con sus sentimientos ideológicos; a ello, matiza Ruth
que, en aquella época, era más fácil eludir la censura escribiendo
desde el punto de vista de una mujer, a la que se le presuponía
cierta ingenuidad e inocencia, incomprensión del funcionamiento del
mundo, una especie de minoría de edad perpetua. Esta tesis es
corroborada por Elena,
que dice que el uso de una mujer joven como protagonista facilita la
incursión de la autora en los terrenos más espinosos, como lo
insulso de la vida social de posguerra, teñida por el miedo de los
reprimidos y la sordidez de los represores; pone como ejemplos Nada
de
Carmen
Laforet
y Entre
visillos
de Martín
Gaite,
a los que Soledad
añade la serie de Celia
creada por Elena
Fortún
y Eugenio
evoca La
loca de la casa
de Rosa
Montero.
Entonces, Soledad
aprovecha que tiene la palabra para, acerca de la negativa de Eugenio
a leerse el libro, recomendar que se haga el esfuerzo por leer
aquello que en principio no entra bien, a lo que Eugenio
replica que el esfuerzo debe hacerse cuando algo cuesta entenderlo y
no cuando se tiene la sensación de que se está leyendo algo
consabido; Fernandinho
apoya esta afirmación añadiendo un ejemplo tomado de su experiencia
como músico: asegura que a él le basta medio minuto para discernir
si una composición, nunca escuchada antes, despierta su curiosidad o
suena a refrito sin interés. Entonces surge un debate muy animado
durante el que se expresan las diversas impresiones en torno a la
manifiesta diferencia de estilo que existe entre la narración
realista de Nosotros,
los Rivero
y la psíquico-onírica-filosófica de Orlando,
libro de la sesión anterior.
Ruth
comienza su intervención agradeciendo la sorpresa con la que ha sido
agasajada esta mañana, y reitera que ha elegido esta novela porque
en ella se muestra el inconformismo de una mujer hacia la realidad
social, en unos tiempos tan hostiles como los de aquella época, y no
sólo en España. Comenta que a ella también le ha gustado y nos
recuerda que Dolores
Medio,
habiendo sido afín a la República, muestra sus reservas hacia la
Revolución asturiana; sin embargo, Ruth
se muestra crítica con la autora al considerar que la narración
pasa “de puntillas” por todo el asunto de la desaparición o
muerte del hermano de la protagonista, Ger, durante el conflicto
social extremo arriba mencionado. Al hilo de los problemas de Dolores
Medio
con la censura franquista, por su afinidad con quienes perdieron la
guerra, Soledad
comenta que, dado este desencuentro, no entiende por qué recibió el
premio Nadal; Eugenio
por su parte señala que lo más antifranquista que hay en la novela
es haber llamado al padre “Aguilucho” y Elena
evoca el momento de su propia infancia en que descubrió que en casa
había libros prohibidos disfrazados bajo la sobrecubierta de los que
eran preceptivos.
Para
Elena,
la novela es plana y sin emoción, pese a lo prometedor del
argumento; a su juicio, es una obra con muchas posibilidades que
termina siendo anodina. También reprueba que la autora, como ha
dicho Ruth,
pasase de puntillas sobre los acontecimientos más notables, haciendo
perder interés a su obra, despojándola de entidad literaria. Elena
no descarta que todo esto se deba al peso del fantasma de la censura,
y pone como ejemplo la escena en el interior de la catedral, donde la
protagonista sufre una agresión sexual: en la narración queda en
anécdota insustancial que ni siquiera causa indignación, y de su
lectura no alcanzamos a saber si se ha tratado del típico acoso, de
un abuso físico o ha habido violación.
A
Julio,
como diría Carmen,
el libro le ha gustado “normal”; insiste en que, seguramente, se
deba al problema de la censura, y hace sembrar la discordia entre
Eugenio
y Francisco
cuando, a propósito de la escena anteriormente mencionada por Elena,
plantea la diferencia entre sobar
y sobetear.
Marta
indica que, si no ha entendido bien, lo que Eugenio
quiso alegar como justificación de su rechazo al realismo,
se basa en la suposición de que el lector de novela realista pierde
su capacitad de criterio evaluador y no puede eludir los prejuicios
que el autor le transmite durante la lectura, considerándolos fruto
de objetividad. Eugenio
replica,
por alusiones, que habitualmente se suele narrar con estereotipos
prefijados en función del tipo de receptor al que se presupone que
quien lo hace se dirige, pero que no hay que olvidar que esta
intención puede ser sospechosa, por ejemplo comercial, salvo cuando
se escribe con intención didáctica o testimonial, pretendiendo que
lo que una ha visto, sabe o conoce, sea transmitido a los demás, a
modo de herencia; pero Eugenio
señala que esa no deja de ser una intención inmadura, y que el
verdadero talento literario se logra cuando la autora escribe para
satisfacerse a sí misma. Soledad
muestra entonces su conformidad, y recuerda que, en los años
cincuenta, lo único que preocupaba a Dolores
Medio
era que le publicaran su obra para poder dedicarse a ello
profesionalmente; entonces Marta
comenta que la cuestión es saber diferenciar la obra realista bien
escrita de aquella otra que no es tal, e insiste en que, para
cualquiera, afrontar la lectura de una obra realista implica el mismo
esfuerzo literario que hacerlo de una naturalista, poética, onírica
o lo que sea. Por último, reitera que Nosotros,
los Rivero
le ha parecido una novela digna, muy a pesar del velo de la censura
que cayó sobre la versión que ha circulado durante más de
cincuenta años, y aunque su autora no posea la maestría que llega a
alcanzar Rafael
Chirbes.
Carmen
señala que a ella la novela le ha dejado indiferente, “ni fu ni
fa”, y aunque no le resta interés a la historia que cuenta,
considera que la forma de contarlo es más importante y en este caso
no le ha llegado. Dice que por ello la trama resulta anodina, y que
probablemente sólo durante una década tan gris como la de los
cincuenta en España, se podía haber concedido un premio literario a
esta obra; por otro lado, Carmen
comenta que los personajes son bastante superficiales, muy
estereotipados, y que resulta paradójico que la narradora no deje de
insistir en anunciarnos que pertenece a una familia de aventureros,
sin dejar de mostrarse ella misma tan sosa.
A
Jorge
le ha parecido un libro bastante insulso a pesar de que está bien
escrito, ante lo que Carmen
reitera que el personaje de Lena es bastante ñoño; Jorge
incide a continuación en que, no obstante, le ha gustado bastante
más que el anterior (Orlando)
porque de éste no fue capaz de entender la narrativa onírica de
Virginia
Woolf.
A
Soledad
le ha gustado el libro, y argumenta que ella prefiere el realismo
a la
literatura fantástica, a lo que Eugenio
señala que no es cuestión de oponer lo realista a lo fantástico, y
hace alusión a la película El
último guerrero,
de Daniel
Monzón,
para ejemplificar que una historia de fantasía puede albergar
metáforas que reflejen un punto de vista acertado sobre la realidad.
Por otro lado, Soledad
muestra su agradecimiento a Nuestra Matrona por habernos traído este
libro a la Tragulia, ya que ello le ha posibilitado haber conocido a
su autora.
Mónica
se lo ha leído (¡y ya es el segundo!) pero dice que no le ha
gustado el final, que tiene el cliché típico del protagonista que
parece viajar en el tiempo para contar su historia y decir “Mirad:
a pesar de lo mal que lo he pasado, aquí sigo”; también dice que
le ha parecido insustancial el tratamiento de la historia, y que si
hubiera sido narrado desde el punto de vista de cualquiera de los
otros personajes (María, Ger, Heidi; sobre todo Heidi, que le parece
un personaje fascinante), hubiera sido mucho más interesante. Por
último, Mónica
se pregunta el porqué de ese “Nosotros” en el título, si la
mayoría de las integrantes de la familia son mujeres.
Para
la próxima cita, Soledad
elige Los
tres mosqueteros,
de Alejandro
Dumas
padre; concertamos como fecha el 22 de julio.
Cómo siempre genial. Olé, olé y olé. Bravo lo Uge, Mónica y Jorge
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