Tercera
Sesión de La Tragulia
sobre
la lectura de El amante lesbiano /
José Luis Sampedro
San
Lorenzo de El Escorial, 5 de octubre de 2014
Reunidxs:
Jorge, Marta, Eugenio, Juan Carlos, Fernando, Lis, Mónica, Ruth,
Concha, Soledad y Carmen.
Abre la
sesión Jorge señalando
que esta novela de José Luis Sampedro
fue escrita por el autor cuando tenía ochenta y tres años, y que a
su juicio tiene un elevado contenido autobiográfico, con guiños a
su actividad como archivero, que desarrolló profesionalmente; en
esta obra entregaría el autor una confesión existencial,
manifestándose de vuelta de todo y sin preocuparse por el qué
dirán. Añade Jorge que
en la narración se muestran distintos matices de las relaciones de
género y de la identidad sexual.
Juan
Carlos comenta que ha estado viendo un
documental sobre Sampedro
donde se habla de su infancia en Marruecos, por lo que es muy
probable que, como dice Jorge,
las escenas de la novela situadas en el país norteafricano tengan
acentos autobiográficos. Acerca de su lectura, dice que hacia el
final del libro hay una parte que no le gustó mucho, e incluso
estuvo a punto de abandonarlo; pero al comienzo se sintió enganchado
y llegó a tal punto su entusiasmo que regaló un ejemplar a una
amiga; lo que más le ha gustado ha sido la parte en que se habla de
los místicos árabes, asunto en el que echó en falta que el autor
hubiera indagado más. Por otro lado, Juan
Carlos comenta que, dado por supuesto el
carácter autobiográfico de la obra, los detalles sobre Marruecos,
la infancia del protagonista y sus paseos por aquellos parajes, hacen
la novela más interesante. También indica que Sampedro
nos recuerda que la delicadeza y la sensibilidad son sentimientos
humanos, y por ello su exhibición en hombres no debe percibirse como
una mella en la hombría; al hilo comenta Marta
que hay que establecer otras diferencias en
la definición entre hombre y mujer, y Juan
Carlos sugiere que en el término “lesbiano”,
destacado en el título, se enseña esa intención desmitificadora
del autor, a lo que Lis subraya
que siempre le ha llamado la atención este título. Juan
Carlos confiesa que le inquietaba la sumisión
del protagonista, ya que personalmente le repulsan las muestras de
docilidad, aunque recuerda que en determinadas situaciones uno no
puede evitar doblegar ante las circunstancias; pero lo distingue del
masoquismo o de cierto misticismo tortuoso cargado de martirio o
autoinmolación, a lo que Soledad opina
que es muy desagradable la humillación, y por eso lo son las escenas
del libro en que el protagonista se denigra. Jorge
destaca un pasaje de sacrificio y lee un
fragmento donde el narrador asegura que renunciar a la libertad, ha
hecho libre al monje; en otro lugar del libro se menciona la
tradición sufí que dicta que el dolor sirve al individuo para
descubrirse a sí mismo. A ello añade Juan
Carlos que en las pruebas físicas y
deportivas como el marathón, la fatiga hace al sujeto alcanzar
cierto momento de éxtasis, que puede equipararse a la entrega de la
voluntad propia a otra persona o fuerza ajena; Soledad
insiste en que no entiende que la sumisión
produzca placer en alguien y Mónica recuerda
que el esfuerzo crea adicción.
Lis
confiesa que, puesto que ha sido Jorge
quien eligió el libro, lo buscaba a él en
su lectura, porque cada cual puede ser identificado en los libros que
le gustan; y cree haberlo encontrado en el diálogo entre el
protagonista y Dios, cuya dialéctica considera “muy de Jorge”,
a lo que éste confirma que tomado el libro como una confesión vital
de Sampedro, él se
siente muy identificado con sus ideas. Respecto a su lectura, Lis
confiesa que le costó meterse en el libro,
que no lo entendía; que la estructura como una recopilación de la
vida del protagonista no le aclaraba si éste estaba muerto o
enfermo; pero la relación entre él y Farida la enganchó, y veía
que lo que pasaba entre ambos era una culminación de la experiencia
del narrador con su familia enrevesada, de la que recopila deseos y
frustraciones y trata de llevarlo a la práctica con esa mujer; para
Lis es una manera que
tiene el personaje de aceptarse a sí mismo, reconociéndose en su
familia y en el entorno de ésta. Jorge señala
que el protagonista estuvo reprimido durante toda su vida, por no
poder establecer esos matices a su sexualidad, y por eso considera
que la novela es una invitación del autor a vivir tu vida como quien
realmente eres o te gustaría ser. Lis se
pregunta entonces si el protagonista estuvo realmente con Farida o
no, y Jorge contesta
que sólo tuvo un leve contacto con ella cuando él tenía trece
años. Carmen indica
que a su juicio sobran páginas para contar eso, y que la novela no
es muy literaria en el sentido de que los personajes no son sino
arquetipos; Jorge defiende
el carácter docente de la obra, acorde con el autor, y Lis
indica que el desfile de personajes puede ser
utilizado como un rol de modelos psicológicos. Por último, Soledad
cita un texto donde resalta cierta
cursilería, que le parece una prosa menos depurada que la del siglo
XIX.
Mónica
lamenta que a lo largo de la novela se
repitan constantemente determinadas nociones y que, salvo la historia
del padre, gran parte de los contenidos sean algo superficiales. Dice
que le han gustado mucho otros libros de Sampedro
que ha leído -como La vieja sirena,
La sonrisa etrusca o
El río que nos lleva;
de este último, destaca unas partes muy bien construidas, aunque
mantiene que no profundiza demasiado en los personajes-, pero de éste
sólo resalta la parte en que habla del padre, la comparación entre
paloma y leopardo y demás; el resto le parece muy repetitivo, y
añade que da la impresión de que el autor ha cogido un manual de
psicología y ha hecho un perfil de diagnóstico. Indica que quisiera
volver a leer La vieja sirena,
o Real sitio; porque
Sampedro le parece un
buen escritor y un hombre muy coherente y valiente, aunque cree que
en esta novela se ha rallado un poco. Finalmente dice que ella ya se
había leído El amante lesbiano hace
muchos años, pero esta segunda lectura le ha decepcionado; a ello
replica Jorge que a él
le ha gustado más la nueva lectura realizada, y Mónica
añade que ya la pasó lo mismo con El
perfume.
Ruth
dice que no le ha gustado la novela, que tuvo
la misma sensación de vacío que la invadió cuando leía nuestro
anterior libro. Dice que desde el comienzo no la enganchó, que al
principio pensó que eran los capítulos iniciales y después
cambiaría, pero no hubo cambio; que lo que leía no le resultaba
verosímil, y destaca además el aspecto negativo de una escena en
que, para sentirse mujer, el protagonista se pone tacones y medias y
limpia la clínica; cree Ruth que
esta imagen de la mujer es denigrante, a lo que Jorge
replica que no es una imagen de la mujer,
sino el papel de sumisión que el protagonista anhela representar.
Concha
confiesa que ha estado la última semana en
la playa y se llevó varios libros entre los cuales no estaba el
Sampedro; pero ha
disfrutado de André Gide,
de su Ferdinand, del
que dice que es una excelente novela erótica. Acerca de la obra que
tratamos, Concha indica
que empezó a leerla pero no se sintió atraída: dice que usa
demasiadas frases cortas y que cuenta cosas que no despertaron su
interés.
Soledad
recuerda que hasta cuatro días después de
su reciente fallecimiento, y por propia voluntad del autor, no se
hizo público el óbito de Sampedro.
Sobre la novela asegura que hay un tono muy opresivo en toda ella,
principalmente cuando aparece la madre, y que el protagonista “saca
a sus muertos” para liberarse, durante el segundo que transcurre
antes de extinguirse, liberándose así mediante esa experiencia
onírica. Para Soledad hay
en esta novela unas carencias cuya presencia hace brillar
especialmente a muchas de las grandes novelas del siglo XIX; además,
no comparte la idea de sometimiento que expone el autor, y considera
que se puede sacar el lado femenino de un hombre sin recurrir a la
sumisión femenina. Al hilo, recuerda la serie de Las
sombras de Grey que acaba de alcanzar tanto
éxito de ventas, y que tiene una lectura muy fácil donde se refleja
también esa relación de poder, pero con el resultado de mayor
verosimilitud que en Sampedro.
Soledad concluye que
ha tratado de meterse en el personaje sin conseguirlo, a lo que añade
Lis que hay un detalle
sobre la sumisión que debe destacarse y es el hecho de que la
felicidad de la tía del protagonista, mujer muy independiente
durante toda su vida, se alcance al sumergirse en el matrimonio; ante
ello se pregunta Soledad por
qué para sentirse mujer hay que remitirse a esa mansedumbre, y
considera que el protagonista toma la referencia de su padre como
hombre gustoso de ser sometido para justificar su propio ansia de
liberación, ante lo cual se nos plantea la duda de si la vida de los
personajes que giran en torno al protagonista es real o imaginación
de éste, a lo que Mónica recuerda
que es un recurso de nuestra cultura el tomar el arrobamiento frente
a la muerte como campo para la revelación de las verdades absolutas;
en este debate, Lis opina
que el personaje del padre expone su vida verdadera, mientras Carmen
considera que es el protagonista quien
proyecta su propio yo sobre aquellos a quienes encuentra durante su
trance.
Carmen
señala que el comienzo es malísimo, todo
resulta muy obvio y da la impresión de estar escrito con ingenuidad,
vertiendo el autor opiniones en vez de destilar literatura, ya que
expone sus propias teorías en torno a distintos asuntos; entonces
Lis indica que el
protagonista pone en práctica una parte de esas teorías, las
referidas a las relaciones sexuales, con Farida. Carmen
insiste en que algunas expresiones tienen un
lenguaje que pretende ser literario sin conseguirlo, y que tal vez el
tema sorprendiera en su momento, pero que ahora ha perdido
actualidad, que está muy manido. Acerca del contenido, dice que es
de manual, no auténtico, con muchos tópicos, y que un moribundo con
esos razonamientos tan docentes no es creíble; sobre la distinción
entre sexo y género, señala que en su opinión no lo hace bien, que
abundan los tópicos sadomasoquistas y suena a antiguo y rancio, que
la novela aburre por eso. Por último, acerca de la forma en que está
compuesta, Carmen indica
que es demasiado expositiva, y que el lenguaje tiene tintes cursis
cuando trata de ser lírico.
Jorge
apela a la subjetividad del erotismo y a la
relatividad del tiempo, y manifiesta que la dominación es un
fenómeno que está en nuestra vida cotidiana (a propósito de lo que
se pregunta quién no ha jugado con unas esposas en la cama). Añade
que Sampedro escribió
esta novela cuando “ya no tenía vicios, sino manías”.
A Marta
no le ha gustado la novela, pero dice que se
deja leer. Dice que habla de las capas que cada unx de nosotrxs
tiene, y que se manifiestan sobre el resto en función de donde nos
encontremos; así, el protagonista es un ser muy pudoroso que al
final del libro consigue liberarse de sus capas. Marta
señala que en esta cuestión de disfraces y
tapujos, el cambio en los roles de la pareja es básico, ya que
existe una gran confusión entre los lados femenino y masculino, a lo
que Lis añade que
cada cual forma parte de un equilibrio determinado y Fernando
lamenta que el estereotipo de la mujer para
la feminidad en el hombre dé como fruto el travestismo, a lo que
Jorge añade que en
las escenas de la clínica se formulan otras variantes de los roles
de sexo y género, y se abre debate sobre los roles y tópicos en
torno a la sexualidad, donde Mónica destaca
que no hay que olvidar la influencia del nivel educativo en el
desarrollo sexual.
Eugenio
comenta que a través del personaje del padre
ha llegado al poeta turco del siglo XVI Fuzulî
y a su poema Leylâ y Mecnûn,
cuya única edición en castellano que él sepa corrió a cargo de
Editora Nacional en 1982; añade que ha conseguido un ejemplar en una
librería de viejo. Acerca del carácter literario, cree que tratando
el tema de la dominación, el autor debería haberse esforzado por
situarse a la altura de Sade, y destaca que una novela anterior de
Sampedro, algo
olvidada, como Octubre, octubre,
alcanza un nivel más literario. Por último, Eugenio,
algo consternado, dice que durante su lectura, que abandonó sin
llegar al último tramo del libro, temía el momento en que llegaban
los diálogos, porque a su juicio son “horribles”.
Finalmente,
convocamos próxima sesión para el 14 de diciembre, cuando
comentaremos nuestras lecturas de Las
afinidades electivas, de Goethe.
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